Octubre, en su tercer aniversario de los sucesos tremendos de 2017, promete ser otra vez un mes políticamente aciago. Un viento de locura parece haberse instalado en los despachos políticos, mientras se constata el deterioro institucional que, comenzando por la Corona, ha padecido, está padeciendo, España en estos tres años. Ya no es solamente Puigdemont, el fugado ex president de la Generalitat que dio paso a otro que ya es también ex president, en el marco de un tremendo desbarajuste en Cataluña, quien osaba decir ayer, desde su despacho en el Parlamento Europeo, que “hay en marcha un golpe de Estado con el Rey delante y rumor de togas”. Lo malo es que no es solo el ‘liquidacionista de Waterloo’ quien se lanza por tales veredas, tan peligrosas: es que son bastantes las voces que insinúan que se fraguan golpes contra el sistema de distinta magnitud y significado. Todos acusan a todos: la derecha a la izquierda, y viceversa, se culpan de asaltar la Constitución.
La confusión parece reinar por doquier. En realidad, el caos político no se debe solamente a la pandemia ni se instala exclusivamente en un Madrid hoy cerrado en medio de una increíble confrontación política y que ni siquiera sabe si podrá salir a cenar esta noche a un restaurante ni cuántos puestos de trabajo se perderán cada día por el confinamiento. Los tres últimos años, en los que hemos asistido a la moción de censura contra Rajoy y al ascenso de Pedro Sánchez, al primer Gobierno de coalición –y qué coalición—en España en los últimos ochenta años y al primer ‘veto gubernamental’ en décadas para que el jefe del Estado pise Cataluña, siempre Cataluña en el horizonte de la crisis, han sido pródigos en desgaste. En desgastes de todo tipo.
Lo penúltimo son las acusaciones procedentes del Gobierno contra el Partido Popular, al que el propio presidente tacha de incumplir la Constitución en lo referente a la renovación del Consejo del Poder Judicial, que lleva dos años superando su mandato legal. Y Pablo Iglesias, para remachar, advierte, en sede parlamentaria, que “la derecha no gobernará nunca” en este país. Nada menos. Por otro lado, desde sectores de la derecha se quiere implicar al Gobierno en propiciar un cambio de sistema, haciendo caer a la Monarquía y, por tanto, sustituyendo la actual Constitución ‘monárquica’ por otra republicana.
Y la verdad es que datos no faltan de que, al menos desde la formación ‘morada’, se están lanzando misiles de carga profunda contra el Rey Felipe VI, a quien un ministro llegó a acusar de ‘maniobrar’ contra el Ejecutivo de manera inconstitucional. Y, por extraño que parezca, nada ha ocurrido hasta el momento: ahí sigue, en la mesa del Consejo de Ministros, quien, sin la menor justificación, lanzó desde el Gobierno tan absurda invectiva contra el jefe del Estado…por haber telefoneado este al presidente del Consejo del Poder Judicial expresando su pesar por no haber podido acudir a Barcelona a un acto togado a cuya asistencia fue vetado por el Gobierno.
Parece un relato muy esquemático, de escalofrío, pero es exactamente como está planteado. Y, naturalmente, este cruce de acusaciones de atentar contra la Constitución, que no pocas veces se insinúa desde el propio Parlamento, afecta a la división de poderes y al propio juego partidario; no solo está deteriorando al poder Legislativo, sino, mucho más aún, al poder Judicial.
Los jueces asisten impotentes a su propio declive como poder independiente. Divididos como nunca, atacados como jamás desde el independentismo, pero también desde las filas del partido coaligado en el Gobierno, incapaces de ponerse de acuerdo sobre la reforma legal que Sánchez pretende para obviar el veto de Pablo Casado al acuerdo para renovar el CGPJ, el Tribunal Supremo y el Constitucional, contemplan su deterioro. El deterioro institucional más serio desde que se inició la primera Transición. Es lógico que escuchemos voces alarmadas de ex presidentes, de ex ministros, de empresarios, de toda una parte representativa del país que asiste con los ojos como platos al desmoronamiento del ‘espíritu del 78’. El pasado se está rompiendo sin que nada aparezca para sustituir a lo ya roto.
Dígame usted si no hay un viento de locura que todo, todo, quiere derribarlo al grito de ‘golpista es usted’. Dentro de unos días recordaremos que, hace tres años, Rajoy hubo de aplicar el artículo 155 de la Constitución en Cataluña. Espero, vista la demencia política que nos invade, que a nadie se le vaya a ocurrir, para ‘celebrar’ el aniversario, tratar de hacer ahora lo mismo con la ‘levantisca’ Comunidad de Madrid. Porque es ya lo único que nos falta por ver.
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