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(¿Estará la ‘lucecita de La Moncloa’ encendida este fin de semana, con el presidente trabajando en un plan que, martes y miércoles, sus interlocutores no puedan rechazar? ¿O se nos habrá ido a Doñana o a Sanxenxo?))
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——La verdad es que uno, optimista inveterado, opinó en algunas tertulias radiofónicas y televisivas este fin de semana que hay bastantes probabilidades de que, a finales de este mes de agosto de teléfonos rojos que se inicia, Mariano Rajoy haya logrado formar una mayoría minoritaria –sí, este es un país surrealista—que le sirva para gobernar en precario, contando con el ‘sí, pero no’, de Ciudadanos –surrealismo puro, ya digo–. Lo que ocurre es que Rajoy no es consciente de que se tiene que ganar ese apoyo en precario y que va a tener complicado eso de trepar este verano por Ribadumia en compañía del marido de la ahora presidenta del Congreso, Ana Pastor, como si nada estuviera ocurriendo.
Lo primero de todo: estoy convencido de que, cuando dijo ‘sí’ a la invitación del Rey para que acepte someterse a la investidura, Rajoy pensaba en, efectivamente, aceptarla y someterse a ella. Se supone –aunque alguna vez haya mostrado otra cosa—que el presidente del Gobierno, por muy en funciones que esté, conoce la Constitución y sus limitaciones, y ha consultado el famoso artículo 99, monumento a la ambigüedad, antes de declarar que había asumido la sugerencia real. Claro que, si el artículo 99 es ambiguo, no digamos ya cómo fue la rueda de prensa en la que, desde La Moncloa y tras su audiencia con el jefe del Estado, el jefe del Gobierno comunicó a la prensa cuáles eran sus planes de futuro. No es Mariano Rajoy persona a la que disguste aquella frase atribuida, creo, a Eugenio D’Ors: “¿Esta esto claro? ¿Sí? Entonces, oscurezcámoslo”.
Hubiese sido importante que, tras las tres ruedas de prensa mañaneras con las que el jueves se despacharon los tres líderes de la no sé si muy leal oposición, anunciando el ‘no’ a la investidura de Rajoy –abstención de Ciudadanos en la segunda vuelta, ya saben–, Rajoy hubiese salido al ruedo con unos planteamientos muy claros: claro que me presentaré a la investidura tras haber agotado la búsqueda de pactos con un programa que los demás no puedan rechazar; y, si no puedo encontrar apoyos, intentaré presentarme en solitario con mis 137 escaños y alguno más que rebañe por Canarias, Asturias o donde fuere. Como no se produjo en unos términos de tal claridad, ni anunció programa novedoso e ilusionante alguno, la que se organizó al día siguiente en los titulares y en los editoriales de la prensa, en las tertulias radiofónicas y televisivas, fue de órdago: es la hora aciaga de los debates entre constitucionalistas. Y ni Soraya Sáenz de Santamaría ni los responsables del PP, con la secretaria general del PP a la cabeza, fueron capaces de aclarar suficientemente las cosas, qué diablos piensa hacer la esfinge.
Yo, ya digo, sigo siendo optimista, sigo convencido de que Rajoy asumirá el duro trago de perder la votación de investidura si ello es inevitable y la volverá a ganar cuando se convenza de que tiene que cambiar su mentalidad y proponer un amplio plan regeneracionista, de cambios profundos, no a Rivera ni a Sánchez, sino a la ciudadanía: es a nosotros, la gente de la calle, a quien tiene que convencer. Porque el jueves, en sus ruedas de prensa, ‘los cuatro’ en cuestión se dirigían los unos a los otros, pero no a los electores y pagadores de impuestos a los que dicen que pretenden representar. Y ese cambio de mentalidad en el cerebro del registrador de la propiedad devenido en presidente en funciones incluye la hipótesis de anunciar que el ya demasiado aplazado congreso del PP –violando tanto los estatutos del partido como el PSOE, por cierto—se celebrará ya en septiembre, y someterá su liderazgo, en elecciones primarias, al veredicto de la militancia ‘popular’. A ver si Rivera y quizá hasta el Sánchez empeñado en el ‘no’ son capaces, entonces, de rechazar un tan reformista, novedoso, plan.
Lo que ocurre es que Rajoy me parece que está incapacitado para tantas novedades, aunque sea a él a quien le toque hacer las propuestas para ‘seducir’ a los otros dos tenores de la política española (a Pablo Iglesias ya le coloco en una posición secundaria: no cuenta ni habrá otra alternativa). Y conste que no le culpo a Rajoy, en primer lugar, de estar llevando la situación nuevamente al absurdo: creo que la gente no entiende desde hace tiempos las posiciones de Ciudadanos y del PSOE, pero esa es cuestión para otra crónica: ya cambiarán o se pegarán el gran castañazo. Lo primordial ahora es tener, cuanto antes, un Gobierno fuerte y coherente, cuando el Parlament de Catalunya inicia, ilegal y oportunistamente, la ‘desconexión’, cuando Euskadi ha entrado ya en un período preelectoral con resultados muy inciertos el 25 de septiembre, cuando los Presupuestos y Europa ya no pueden aguardar más.
Y el caso es que entramos en ese agosto, previo al septiembre de los juicios Gürtel y tarjetas black, que desmiente que la normalidad se haya instalado en el país, por mucho que las cosas caminen a pesar del Gobierno en funciones, las playas se llenen, el equipo olímpico español desfile con cierta brillantez en Brasil y Madrid se convierta, maaadre mía, en la capital mundial del Pokemon. Así que supongo que Rajoy meditará muy mucho este fin de semana en que no puede seguir haciendo caso a los pelotas que le rodean diciéndole lo bien que lo hace todo y lo repletos que están los hoteles y será consciente de que, o presenta un plan de choque que nos saque del shock de una puñetera vez, o nos van a mandar a todos, entre todos ellos, al carajo. Es este un fin de semana importante para que la esfinge estudie cómo superar los ‘noes’ que presumiblemente va a recibir, si no les obliga al ‘sí’ o al menos al ‘tal vez’ , de sus interlocutores de la semana próxima. Lo peor es que nosotros estamos forzados a confiar en que la ‘lucecita de La Moncloa’ esté encendida en estas horas, en busca del Gran Plan. Optimista que es uno, ya digo.
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