La mierda de libertad de Prensa que dicen que tenemos

La verdad es que procuro siempre huir de comentarios sobre la celebración de esas ‘jornadas mundiales’ que suelen ser inventos comerciales o de las Naciones Unidas para justificar su gris y tantas veces anodina existencia, en la que los conflictos del planeta se observan, pero nunca se resuelven. Esta vez, porque creo que los lectores tienen derecho a saber algunas cosas, haré una excepción y voy a referirme a esa jornada mundial de la libertad de Prensa, que la Asamblea de la ONU decidió, hace casi un cuarto de siglo, que se celebrase el 3 de mayo. Y es que me temo que nunca ha habido en España, y si usted quiere en el mundo, más medios de comunicación y, sin embargo, menos comunicación entre los representantes y sus representados. Nunca, o casi nunca en los tiempos democráticos, he apreciado menos transparencia entre los poderes y los encargados de transmitir a la opinión pública lo que ocurre, es decir, los medios: prensa, radio, televisión, redes sociales…

Decidí escribir esta columna el pasado sábado, en la surrealista –a él le hubiera encantado, sin duda—ceremonia de cremación de mi amigo, un gran periodista llamado Miguel Angel Bastenier, que, como yo mismo, desdeñaba estas conmemoraciones ‘mundiales’ que, decía él, no sirven para nada. Sé cuánto le indignaban algunas actitudes de partidos ‘emergentes’ que insisten en no hablar sino con aquellos periodistas a los que creen que pueden convencer de sus postulados: ¿es eso libertad de expresión?¿Lo es la circulación de ‘tramabuses’ que todo lo mezclan, en medio del jolgorio mediático?. Sé también cuánto le molestaban los tejemanejes en los palacios de gobierno –y de oposición–, donde se trata de prescindir de informadores molestos; no solamente en las grabaciones de Ignacio González con sus compinches se insulta con los peores adjetivos a los periodistas que cumplen con su obligación de no dejarse convencer, así, sin más, por las apariencias y por las protestas de honradez.

Quiero decir que en España, aunque con mayores cautelas y mucho más civilizadamente, y limitándose a los ámbitos privados, se comparten esas opiniones descalificatorias hacia los medios que tan grosera e impúdicamente exhibe ese recién llegado a los poderes que es Donald Trump, un tipo que, sin duda, dará grandes jornadas de gloria a los titulares de prensa, que siempre se acaban tomando la revancha. O esa Marine Le Pen, furiosa cuando el entrevistador no es tan dócil como ella, que afortunadamente creo que nunca llegará a la presidencia de Francia, país cuna de la libertad de pensamiento, hubiese deseado.

Sí, he escuchado en labios oficiosos (y oficiales) opiniones sobre algunos de mis compañeros que he tenido que frenar en seco ante mi interlocutor, aunque quizá otras críticas, sobre personajes muy determinados a los que me resisto a incluir en mi gremio, no pueda evitar compartirlas. Pero ‘ellos’, algunos de ellos, a los diversos poderes me refiero, no quieren que cumplamos nuestra función crítica: quieren utilizarnos para difundir sus mensajes, para airear –y lo consiguen, vaya que sí—sus proezas ‘autobusísticas’, la sal gorda dirigida al correligionario contra el que se compite. Quieren borrar esa definición sagrada de la noticia: “noticia es todo qquello que alguien no quiere que se publique”; lo demás se llama publicidad o peloteo. O algo peor.

Y ¡ay de ti! si no muestras el entusiasmo debido por el candidato, o por el candidato al que tu interlocutor impulsa desde la sombra: entonces llegarán, como le ocurrió a quien suscribe en el mentado crematorio con alguien que estuvo a punto de ascender a la cumbre, casi a negarte el saludo. ¿Es eso libertad de prensa, libertad de expresión? ¿Es una sociedad sanamente crítica a fuer de democrática?

No, no crea usted que eso de ‘libertad de prensa’, que los periodistas celebramos, cada cual a nuestro aire, el próximo miércoles –a mí me han invitado, mis colegas cántabros, a participar en un acto público, en el que, desde luego, diré algunas de las cosas que hoy escribo aquí–, es algo que solamente afecta a los informadores. Porque la información es, debe ser, uno de los grandes valores para el ser humano. Sin información, nada somos. Y no crea, porque cada día ofrezcamos algún nuevo detalle del caso Lezo’, por ejemplo, que este, el de los pactos subterráneos, el de las legislaturas ficticias, el de los comisarios –innombrables– maniobreros, el de los nombramientos cambalacheados, el de las maniobras fiscales y orquestales en la oscuridad, no crea, digo, que este es un país con una opinión pública informada. Hombre, aquí no matan a los periodistas como en México, ni los encarcelan como en Turquía, faltaría más. No, no nos matan. Pero a veces nos morimos, algunos, de asco.

fjauregui@educa2020.es

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *