He podido hablar con tres de los treinta empresarios que acudirán este sábado al palacio de La Moncloa, convocados, ellos parecen no acabar de ver para qué, por el presidente del Gobierno. Es desde el Ejecutivo desde donde se tienen que arbitrar las medidas de urgencia –no se pueden demorar más, aunque, no sea sino por una cuestión de imagen, ante los implacables mercados exteriores—, casi a la irlandesa, que restablezcan el vuelo de nuestra economía, y no con fotografías con la flor y nata del empresariado y la banca españoles.
Pero, una vez dicho esto, y constatando que es a Zapatero a quien corresponde liderar la marcha de la economía española hacia derroteros más prometedores, añadiré que no me uno, en absoluto, a las críticas generalizadas contra esta iniciativa: bueno será todo lo que contribuya a generar confianza entre los ciudadanos. Supongo que habrá consenso, en la reunión del sábado, para que todos salgan diciendo que España no es ni Grecia, ni Portugal, ni Irlanda –a nadie le conviene ir aireando similitudes preocupantes, y sí, en cambio, diferencias estimulantes–, y que las cosas van a ir mejorando en nuestro país.
No se trata, supongo, de mentir. Puede que sí de no expresar toda la verdad en su máxima crudeza y, sobre todo, de no instalarse en las perspectivas más catastrofistas o alarmistas. En este sentido, el ideal sería que desde la oposición política y desde otros círculos críticos al Gobierno se serenasen algunos mensajes: carece de sentido común,mirando hacia los famsoos mercados exteriores, insinuar que los datos oficiales del Reino de España puedan estar falseados o ser inexactos. España sigue siendo un gran país, un buen pagador, con una economía que sin duda, en estos tiempos de crisis, ha sido mal gestionada y peor presentada por el Ejecutivo de Zapatero –gestionar en época de vacas gordas es mucho más fácil, claro está–, pero que tiene una sólida base para la recuperación. Y, desde luego, jamás, que se sepa, se ha manipulado la contabilidad nacional, por lo que insinuar lo contrario resulta cuando menos inconveniente.
Algo de esto saldrá, supongo, de la inusual ‘cumbre’ del sábado, que no puede quedarse en un grito de alarma, en una foto más o menos simpática, en una improvisación más del timonel –que anunció esta reunión en una entrevista periodística…cuando aún ninguno de los que acudirán había sido convocado ni tenía la menor noticia de ello–. No se puede seguir jugando al despiste, al desconcierto ni a la irresponsabilidad: esta reunión no ha estado bien preparada, pero tampoco lo estuvo la presentación de aquel documento ‘Transforma España’, suscrito por varios de los que ahora acuden a La Moncloa. Tienen razón, pienso yo, quienes critican que el documento fuese llevado a manos del Rey antes que a las del Ejecutivo y los grupos parlamentarios, porque ello indica una enorme desconfianza en los poderes clásico de Montesquieu que son la base de una democracia.
Cierto: mucho más útil hubiese sido que, en tiempo y forma, Zapatero y Mariano Rajoy se hubiesen puesto de acuerdo en algunas cosas fundamentales, entre ellas la gestión de esta crisis, contribuyendo así a generar tranquilidad y confianza en inversores (nacionales y extranjeros) y consumidores. No se hizo así en su momento, y ahora es tarde: sin duda, se hará tras las próximas elecciones generales. Así pues, de momento habrá que ir tirando con estar reuniones de notables y ricos en La Moncloa, que no son precisamente aquellos pactos de La Moncloa que dieron origen a la prosperidad de la transición. Ya se ve que aquellos eran otros tiempos. Y otros políticos, y otros sindicatos, y otra patronal. Y otro espacio exterior, con una crisis mucho menos generalizada y global. Pero las apreturas de la situación interior, en cambio, eran muy similares.
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