La ¿penúltima? sesión parlamentaria


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(¿es Carmen Calvo la mejor representante del Gobierno para la efímera, fugaz, ‘resurrección’ parlamentaria?¿Debe Sánchez buscarse otro pararrayos?)
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Menuda resurrección del exangüe Parlamento de España: meses (años) sin darse por aludido y reaparece con la vicepresidenta del Gobierno explicando la me parece que controvertida –por decir lo menos– gestión del ‘Open Arms’, el barco que provocó una crisis europea a cuenta de la inmigración. Mientras el ‘Audaz’, buque de la Armada, navegaba hacia costas españolas con quince (¡15!) inmigrantes a bordo, Calvo había de explicar a una oposición casi mordaz tan singular singladura.

Y ya se sabe que fue Calvo, y no el propio Pedro Sánchez, quien tuvo que lidiar tan difícil faena. Porque, al final, Podemos rechazó la petición de Partido Popular y Ciudadanos para que fuese el presidente en funciones quien compareciese este jueves en el pleno extraordinario alumbrado con fórceps por la Diputación Permanente de la Cámara Baja. Y, en cambio, fue la ‘número dos’ del Gobierno socialista en funciones la ‘agraciada’, por el dedo podemita, con el protagonismo en esta cada vez más ‘rara avis’ que es una sesión plenaria del Legislativo.

Se salvó Sánchez de tener que hacer el amargo, casi imposible, papel de Calvo. La vicepresidenta está acostumbrada a enfrentarse, impávida, a la crítica de la oposición y a la mediática, para no hablar de las de los cenáculos y mentideros. Pone un rostro feroz y reparte leña a diestra y siniestra. Y al centro. Al capitán del Open Arms, a la oposición, a Salvini, a quien se ponga por delante: todos lo hicieron mal menos ella, menos ellos. Pocas sonrisas.

Sánchez la utiliza como pararrayos, colocándola en las trincheras más difíciles: como negociadora con Podemos, con el Vaticano, con los movimientos feministas…También como portavoz oficiosa en los temas del PSOE y en los del Ejecutivo, porque la señora Celáa ejerce solamente cuando ejerce, es decir, tras los Consejos de Ministros, que bastante tiene la también ministra de Educación con su bicefalia ministerial.

Conozco a doña Carmen desde hace años. La he visto meter alguna vez la pata, pero es una convencida servidora del Estado y creo que jamás metería la mano en saco que no le corresponda, aunque sea de dinero público, que es, decía Magdalena Alvarez, ex colega de Calvo, de nadie. Tengo que decir, sin embargo, que no está en su papel. Lo suyo sería otra cosa; no el diálogo, ni la negociación, ni el atril estelar en el Congreso: demasiado sanguínea y reñidora. Temo que, ante Inés Arrimadas o la pugnaz Cayetana Alvarez de Toledo –de la representante de Podemos, de momento, no hablamos–, que son aún más duras que ella, está perdida. Y no puede esperar adecuado respaldo en la portavoz socialista, Adriana Lastra, a la que el cargo le viene patentemente grande.

Como pararrayos de la figura del presidente sí tiene un rol, pero no creo que las funciones de una vicepresidenta puedan agotarse en eso o en el combate –bien llevado, por lo demás—contra la violencia de género. No es la imagen que el Gobierno, ni siquiera en funciones, necesita. Ni es un buen reclamo para una campaña electoral, si es que estamos abocados, como podría pensarse, a unas nuevas elecciones. Ni ha sido, por el tema –agotado por el momento, pero de largo recorrido—y por ella misma, la representación adecuada del fugaz renacimiento de la vida parlamentaria española, en este que puede haber sido el penúltimo pleno en el Congreso antes de la todos piensan que probable disolución de las cámaras. El último pleno podría ser, sí, el de la aparición de Sánchez, dentro de una semana, pero en un terreno favorable, para explicar las recientes ‘cumbres’ europeas. Recuerdo, dicho sea de paso, que el último debate sobre el estado de la nación tuvo lugar en febrero de 2015. Luego, la nada.

Y ya. Después, si nadie lo remedia –aún conservo un rescoldo de esperanza en un giro copernicano de la increíblemente dura de mollera política española—, hala, a las elecciones.

El Parlamento español, bajo mínimos. No me extraña que un dibujante de humor reconocido, como Nieto, pudiese dibujar este jueves la caricatura despeinada de Boris Johnson diciéndole a su Reina: “se puede estar sin Parlamento perfectamente, majestad; mire España, por ejemplo”. Eso somos, al parecer: un ejemplo –¡incluso para Johnson!– de una vida política que no puede ser, que no debe ser. Demasiados rayos y truenos frente a pararrayos oportunistas y endebles.

Fjauregui@educa2020.es

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