Asegura un compañero encargado de cubrir el conflicto del taxi en Madrid que escuchó el siguiente grito durante la concentración de esos ‘nuevos chalecos amarillos’ ante la sede del PP en la calle de Génova: “la próxima visita, con dinamita”. No entraré en el fondo de un conflicto que me parece anacrónico –el vehículo autónomo está a la vuelta de la esquina—, sino en otro aspecto que me preocupa más, y mucho: la involución creciente de la sociedad española. Una involución que se advierte en no pocos aspectos, mucho más allá de que determinado partido al que se relaciona con la ultraderecha esté cosechando inusitadas expectativas de voto.
Los parlamentarios argumentan con sal gorda, hasta el extremo de acusar a un expresidente del Gobierno de pasarse con la bebida, en un afán de defender (¿?) los viajes del actual inquilino de La Moncloa; los manifestantes gritan barbaridades de las que espero que mañana tengan que arrepentirse; no hay ideas para arreglar los problemas ya tradicionales, como Cataluña, más allá de la ‘mano dura’. Mano dura contra el disidente, contra quienes ‘abusan’ de la libertad de expresión, contra todo aquel que no proclame las Verdades Reveladas. Toma ya artículo 155, o lo que sea.
Así, la involución representa también el repliegue sobre sí mismos de los partidos, y ahí tenemos a Podemos ante su ‘cumbre’ de este miércoles, ocupado exclusivamente en sus querellas intestinas, y no en los problemas que afectan a la ciudadanía: ni una palabra sobre el inminente juicio a los presos secesionistas catalanes, ni una sobre el conflicto del taxi, ni una sobre los proyectos que no se consensuan ni a derecha ni a izquierda, ni una sobre la peculiar forma de gobernarnos a los españoles ni sobre la no menos peculiar manera de ejercer la oposición…
Sí, involución es pensar exclusivamente en las elecciones y en la toma del poder por el poder, sin decirnos claramente para qué se quiere ejercer ese poder, cómo mejorará la vida de la ciudadanía. Dice la EPA que ha bajado algo el paro y con eso y con la posibilidad de votar cada cuatro años ya nos quieren contentos. Y no, una democracia verdadera no es eso.
Escuché a Josep Borrell, acaso uno de los ministros más lúcidos del Gabinete Sánchez, pero también uno de los que mantienen posiciones más estancas, decir que, por ejemplo, ese ‘gran debate’ lanzado en Francia por el presidente Macron, recorriendo el país y preguntando directamente a los ciudadanos indignados que se manifiestan con un chaleco amarillo, es “un fiasco a la representatividad”. Un intento de saltarse la vía parlamentaria y de los partidos, a los que por lo visto se quiere como únicos intermediarios en los contactos ‘con el pueblo’.
Es, y siento decirlo poniendo a Borrell como ejemplo, porque me parece una figura valiosa, una forma más de la peculiar involución ‘a la española’ : la vieja política es la que rechaza el contacto directo con la gente, lo cual, por supuesto, nada tiene que ver con mantener los saludables hábitos parlamentarios, tan dejados de la mano de Dios, por cierto, en este país nuestro. Y lo digo pensando en el aniversario, este martes, de la dimisión de Adolfo Suárez, que tanto innovó y que tuvo que salir casi por pies de La Moncloa: ese mismo día, cuando, poco antes del lamentable 23-F, Suárez dimitió, empezó una especie de involución moral en la política y en la sociedad.
A algunos líderes conservadores se les acusó de ‘no dar la mano a un obrero ni con guantes’. A los actuales, conservadores y progresistas, hay que achacarles no tener tiempo no solo para estrechar manos, sino ni siquiera para escuchar, ni de lejos, a los propietarios de esas manos huérfanas. Y, entonces, a Macron se le tacha casi de traicionar las viejas fórmulas políticas porque él sí ha rectificado y quiere saber qué piensan sus representados, tan indignados con un sistema que no les satisface.
Y entonces, claro, llegamos a lo de los taxistas versus VTC. Y, en el fondo, versus los consumidores. Y a que nadie, de los que desde la política se erigen en nuestros representantes, sepa al parecer qué hacer con tanto desmán en nuestras calles, en nuestras instituciones –ahí sigue el presidente del TC y del Supremo, que debería haber cesado legalmente hace dos meses–, en algunas empresas y en muchos despachos políticos.
Y eso, en el fondo, ya le digo, es involución, que beneficia a los que llegan, desde posiciones que bordean el antisistema, pregonando soluciones ‘nuevas’, radicales… que son las de siempre, las de mucho antes de que se inventase la democracia avanzada que me gustaría para mi España. Se empieza gritando ‘la próxima visita, con dinamita’, se continúa riendo tan ‘ingeniosa’ frase y se acaba mandando a hacer puñetas al pobre viajero que llega a Barajas o a la estación de Atocha: que pague él los platos rotos, hala.
fjauregui@educa2020.es
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