Escribo cuando ya la resaca electoral se ha disipado y, como yo creía, fuése y no queda nada. O casi nada; todos piensan ya en la próxima confrontación ante las urnasm el Gobierno se mete en nuevos líos –qué mal ha quedado eso de subir los impuestos…cuatro días después de las elecciones– y al pobre Rajoy, que a mí me parece un buen tipo, no hacen más que darle disgustos desde su partido.
Escribo, decía, tras haber hablado con un par de fuentes del PP, que me aseguran que el muy acusado tesorero Bárcenas no va a dimitir…por ahora. Dicen que le consideran inocente de los delitos que se le imputan –que él no conoce bien qué se le imputa, porque no tiene el sumario filtrado a El País– hasta que los jueces no decidan lo contrario, que cabe la hipótesis de que sí lo decidan. Yo sé, me han contado, que Rajoy le pidió la dimisión la pasada semana santa, y que Bárcenas exigió que se lo pidiese por escrito, cosa que Rajoy prefirió no hacer…¿Qué sabrá el tesorero que no conviene que se diga?
Lo de Chaves no es lo mismo: hay un lío jurídico que me hace sospechar que ahí no va a haber causa penal alguna, aunque estéticamente eso de tener colocados a todos los hermanos en dependencias oficiales u oficiosas de la Junta andaluza quede un poco raro. Pero ¿no es acaso así el sistema en Andalucía? Lo cual no atenúa, sino que, a mi entender, agrava, el asunto.
Pero siempre andamos en la superficie. Y Chaves, Camps y hasta, forzando un poco los términos, Bárcenas, son superficie. Temas todos muy mal tratados desde el punto de vista de la estrategia de comunicación; allá ellos con ‘sus’ silencios, sus huídas por los pasillos de las Cortes, con las omisiones y peloteos de ‘sus’ televisiones.
Creo que, al margen de subvenciones a empresas con familiares dentro, al margen de trajes de Milano y hasta al margen de las trapisondas en la planta sexta (Tesorería) de la calle Génova, existen cuestiones de fondo muy, muy serias que el Gobierno, y todos nosotros, tenemos planteadas. Al margen del tema ‘número uno’ que es el paro presente y el futuro, por supuesto. Cunde el nacional-pesimismo ante la falta de salidas, ante la falta de ideas, ante lo inane de quienes nos representan, sean gobernantes u opositores. Hay una alarmante falta de sentido de Estado, que se manifiesta en casi todas las autonomías –no digamos ya las bilingües–, hay inseguridad ciudadana, hay –me dicen– cierto ordenado y obediente cabreo militar por la situación de nuestras tropas en Afganistán, hay inseguridad ciudadana creciente ante la falta de trabajo para los que llegaron de otros países…
Hombre, tampoco es como para decir, como hoy ha dicho una compañera de tertulia televisiva, famosa por su radicalismo antigubernamental, que «esto está hecho una pena». Lo decía rememorando estos 33 años desde las primeras elecciones democráticas, el 15 de junio de 1977. Y no, no es verdad: que cuando peor estemos, pese a todo, que estemos como ahora. Lo que ocurre es que a todos nos gustaría que todo anduviese mejor: la economía, el nivel moral, el nivel de patriotismo, la atención al ciudadano, la educación… Una lástima, porque estuvimos cerca de convertirnos en un país con una transición a la democracia casi envidiable. Y aún somos envidiables en cierto sentido.
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