La Sacaramuzzimania


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Un tipo tan impresentable como su jefe. Perdón, ex jefe: diez días le ha durado la gloria al de las escaramuzas verbales
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Si no fuese porque Trump lleva ya seis meses desordenando cuanto encuentra a su paso, uno diría que lo que está ocurriendo cuando algunos atrapan un micrófono, o una red social, es cosa del verano. Pero no: la patada –algunos tratan de decirnos que dimisión—al director de comunicación de la Casa Blanca, el, ejem, peculiar Anthony Scaramucci, diez días después de haber sido contratado, no es cosa de los calores estivales. Y lo peor es que las desmesuras de Trump, del que Scaramucci no era más que un portavoz al fin y al cabo, empiezan a extenderse por el mundo. Yo diría que ya hay un ‘síndrome Scaramucci’, una ‘scaramuzzimanía’ en tantas escaramuzas que llevan estos días portavoces incorporados. Y ello, me temo, ocurre, ay, aquí, en España, con mayor frecuencia e intensidad aún que en otros de los llamados países de nuestro entorno.

Se llama escaramuza, dice el diccionario, a una batalla, disputa o contienda de poca importancia entre las avanzadillas de los ejércitos. Pues menudo veranito nos están dando algunas avanzadillas, con sus peculiares interpretaciones legales (o ilegales) de lo que hacen o no hacen en Cataluña. Y no digamos ya sobre las voces que he podido escuchar en las ondas radiofónicas, que se las lleva el viento pero aquí quedan, comparando Cataluña con Venezuela, menuda desmesura. Salen ahora desvergonzados e incapaces dialécticos por todas las esquinas, y lo mismo acogen los micros a ‘portavoces’ de la CUP, o de su rama más loca, Arran –la que quema los autobuses turísticos, sí–, que a Arnaldo Otegi calificando de asesinato la muerte por infarto en la cárcel de un preso etarra.

También se pueblan las ondas de opiniones, ‘oficiales’ u oficiosas, tintadas con insoportable levedad; de obviedades simplistas; de mentiras históricas –¿de verdad hubo ‘torturas contra independentistas’ en los Juegos Olímpicos del 92?–; de bobadas verbeneras, ahora que estamos de fiesta campestre. Es lo malo que tiene esta época, que yo quisiera limitar al mes vacacional, pero no: dura ya demasiado. Y peor aún es constatar que, literalmente, escaramuza es eso: el incidente previo a la batalla que, por ejemplo, podría tener lugar en octubre, dentro de dos meses menos un día, tic-tac, el reloj avanza imparablemente hacia un otoño quizá laboralmente tranquilo, pero políticamente tórrido.

Sí, ilustres sandeces pueblan el éter. Y no, no da lo mismo, porque la perversión semántica suele ser preludio de desmesuras contables. “No hay caos en la Casa Blanca”, dice un Trumptuit del sembrador del caos. Y, entonces, va y echa al de las escaramuzas, quizá porque, tras la escaramuza, se acerca la verdadera contienda, allí también. Quizá por eso, los que saben, o intuyen, son los que guardan silencio, o disipan las palabras. O encargan a otros y otras que hablen por ellos, que se desgasten ellos/as.

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