Llegó la hora del Parlamento, aunque le pese a Rajoy

Todos queremos pensar que el inicio formal de la XII Legislatura, una vez que, por fin, los políticos españoles lograron formar Gobierno, deja atrás una etapa azarosa y, desde luego, lamentable en la historia, con minúscula, de este país. Así que esta semana, precedida por encuentros más o menos reservados en La Moncloa en busca de consolidar unos Presupuestos para el difícil 2017, será la del inicio de los trabajos efectivos en busca de una regeneración. Y muchos piensan, pensamos, que debe ser desde el Parlamento, más que desde los despachos monclovitas o ministeriales, desde donde se impulse la gran reforma pendiente.

Claro que también son muchos los que creen que este ‘Ejecutivo parlamentario’ es casi una contradicción con el espíritu de Mostesquieu de separación de poderes. Pero el pobre Montesquieu no pudo imaginar que un Estado pudiese llegar al grado de confusión al que, en diciembre de 2015, llegó España. Así que cualquier fórmula inédita puede ser, aquí y ahora, posible. Quizá hasta conveniente.

Ya decía Bismarck que España debe ser el país más fuerte del mundo, porque se pasa la vida empeñada en destruirse y aún sigue ahí: no solo vivita y coleando, sino incluso liderando el crecimiento económico de una Europa que está saliendo tan confundida ante su propia trayectoria, tan errática, y ante lo que ha ocurrido al otro lado del Atlántico, tan espantoso. Todo ello está llevando al Gobierno español a una creo que peligrosa autoafirmación, en el sentido de que aquí, al menos, y en buena parte gracias al PP, se mantiene la estabilidad; o, más bien, que se ha recuperado esa estabilidad. Y que, por tanto, debe ser desde La Moncloa, que ahora potencia la figura de la vicepresidenta Sáenz de Santamaría como figura interlocutora (sí, también de Iñigo Errejón, más que de Pablo Iglesias), desde donde se lleve el timón.

No es exactamente lo mismo que se piensa en Ciudadanos, el relativamente pequeño partido, más favorecido por las encuestas que por las urnas: Rivera, que fue quien, al fin y al cabo, posibilitó la investidura de Rajoy, mantiene su atractiva tesis de que ha de ser desde una oposición parlamentaria, es decir, desde los escaños de Ciudadanos, más los del PSOE –una vez que el PSOE decida quiénes somos, de dónde venimos y sobre todo, hacia dónde no nos vamos a estrellar–, más, ocasionalmente y en temas puntuales, desde Podemos o el PNV, desde donde se pueden imponer las grandes reformas. Que, repitamos, son no sólo necesarias: son inevitables.

Claro que eso no va a ser fácil, pero la amenaza de una Legislatura breve, cuando los socialistas aún no hayan tenido tiempo de reconstruirse y mientras no se hayan frenado las ansias independentistas catalanas, aquieta muchos ímpetus que quisieran que cada cual fuese por su cuenta, en una nueva edición del ‘todos contra todos’. Lo que ocurre es que las encuestas de este domingo mostraban el escepticismo de los españoles ante la posible aprobación de los Presupuestos –bueno, la mayoría cree que acabarán aprobándose, porque no está el grupo socialista como para andarse con nuevos ‘noes’–, ante la reforma de las pensiones, del sistema electoral, de los mecanismos del paro y de la Constitución. Sobre todo, los encuestados son muy escépticos acerca de una posible reforma de la Constitución, que es algo que horroriza en La Moncloa, entusiasma en Ciudadanos y gustaba, aunque bastante en abstracto, al PSOE de los tiempos de Sánchez, y ahora quién sabe.

Así que me parece que, mientras los socialistas preparan su congreso federal para cuando sea y los ‘populares’ lo mismo, aunque ya haya casi una fecha para febrero, ahora le toca a Albert Rivera, a quien habría que prescribirle una dosis reforzada de entusiasmo porque anda como muy callado, liderar el espíritu regeneracionista. Es casi un liderazgo que le reconocen al menos quienes responden a los sondeos periodísticos. Esta Legislatura que se abre ha de ser la de los impulsos reformistas, y no acabo yo de ver al gobernante Rajoy muy en esta sintonía, a tenor de los primeros nombramientos y los primeros pasos que se están dando, todo tan mesurado, tan convencional. Tan ¿excesivamente? Prudente.

Y también les reclamaría a los otros ‘emergentes’, los de Podemos, que se pongan a ello y vayan cerrando ya su gran (e interesante) debate interno. Tienen mucho que aportar en punto a mantener al país unido y a obligar a los más insensatos en la ex Convergencia, y hasta en Esquerra, a aparcar sus reivindicaciones secesionistas, incluyendo un referéndum que, en 2017, sería una bomba de relojería para la marcha de Cataluña y de España en general. Podemos, Ciudadanos y el PSOE jamás harán un Gobierno tripartito, de acuerdo: ahí se estrellaron las ambiciones de Pedro Sánchez, que no estará ya ni en un escaño secundario cuando se inaugure el jueves solemnemente por el Rey la Legislatura. Pero sí pueden hacer, en muchas cosas, una oposición tripartita, incluso tendiendo manos ocasionales, para obligar las reformas del PP, a los nacionalistas vascos y a los catalanes.

Al fin y al cabo ¿por qué no? Los ya tan mentados sondeos, los que conocemos y algunos que no se hacen para ser publicados, indican que existe una enorme expectación ciudadana ante un eventual proceso reformista, una vez que se ha instaurado la calma política –una relativa calma política, de acuerdo—en el país, mientras la tormenta ruge, y cómo ruge, en el exterior. No nos falléis…más.

fjauregui@educa2020.es

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *