Lo confieso: a veces envidio a Alemania

Afrontamos los españoles la semana probablemente más tensa políticamente desde la restauración de la democracia, cuarenta años largos ya. Puede que el próximo domingo se produzcan acontecimientos que la imprevisión de los gobernantes, catalanes –sobre todo—y del resto de España son incapaces de determinar, lo que no es bueno. Que pueda suceder cualquier cosa significa que la reacción puede también consistir en cualquier cosa, y este país nuestro, habitualmente manso, tiene a veces arrancadas peligrosas, cuando se ponen todos los cimientos para ello. Y se han puesto.

No es la primera vez que escribo acerca de la admiración que me produce la manera como en Alemania se han sabido superar las peores crisis y arbitrar las mejores soluciones. Nadie me convencerá de que, si Zapatero, al final de su mandato, ya prácticamente ido de La Moncloa, hubiese ensayado ampliar el experimento que hizo con Rajoy para modificar un artículo de la Constitución, y se hubiese lanzado a una oferta de gran coalición, y si Rajoy hubiese sabido aceptar esa mano tendida, nada hubiese sido lo mismo, sino mejor. Ni la crisis económica de la austeridad, ni el bajón que España sufrió ante la UE ni, desde luego, la nula negociación con la Generalitat catalana, que en parte ha sido la culpable de que hayamos llegado a este punto –en parte, oiga, no olvidemos el cerrilismo de los habitantes de la plaza de Sant Jaume, que es la principal causa del desastre–, hubiesen sido lo mismo. Las cosas, estoy seguro, hubieran salido mejor.

Pero claro, ni Rajoy es Merkel –aunque se aprecian mutuamente bastante, me consta–, ni el Sánchez del ‘no, no y no’ es Martin Schulz, ni nuestra historia política de las últimas décadas cuenta con Adenauer, ni con Willy Brandt, ni siquiera con Schröder ni, por supuesto, con Helmut Kohl. En la Alemania de la reunificación ejemplar tras la caída del muro de Berlín no cabría un Pablo Iglesias actuando como actúa en una coyuntura tan complicada para la unidad de la nación, ni el responsable de un land podría hacer las cosas que hace Puigdemont, y conste que no estoy a favor de la ilegalización de ideologías políticas, que es algo que en Alemania se acepta casi con agrado. Ya sé que ellos tienen a los neonazis de la AfD, pero hay que convenir que ni siquiera esos, en la campaña electoral que desembocó en las elecciones de este domingo, han tenido un comportamiento tan inconstitucional como los responsables de la Generalitat catalana.

Y ese respeto a la Constitución, aunque sea esta muy necesariamente reformable, es sustancial en la marcha de un país, como fundamental es el respeto a la bandera, a las tradiciones y al propio territorio, que no son virtudes por las cuales destaquen los españoles.

Pues eso: que a mí me dan a veces envidia. Ya sé que aquí tenemos muchas cosas buenas, que este es un gran país en el que se vive acaso mejor que en la República Federal –cosa que siempre me ha admirado–. Lo que pasa es que los españoles alguna vez tendremos que tomar conciencia de que España es lugar habitable, aunque mejorable. Y si, por un lado, pensamos que todo va bien y, por el otro, que todo va mal y hay que marcharse, ¿cómo no darle la razón a Bismarck, cuando dijo que España “es la nación más fuerte del mundo: lleva siglos intentando destruirse a sí misma y todavía no lo ha conseguido”. Esperemos que sigamos sin conseguirlo, pese al empeño que ponemos en lograrlo.

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