He estado esta mañana en un acto de presentación del programa electoral municipal del PP de cara a las elecciones de mayo. Acerca del programa, hecho bajo la dirección de Soraya Sáenz de Santamaría, poco que decir; es bien intencionado y no se cumplirá en su integridad, como casi todos. Por lo menos, no incorpora ideas geniales, como la de cerrar la Gran Vía de Madrid al tráfico, como quieren otros.
Lo más interesante ha sido, a mi entender, el discurso de Rajoy. Con frases como "soy un político que defiende políticas liberales y de moderación, una política centrada". O también, "no podemos enredarnos en polémicas que solo interesan a los que las promueven" (no sé si eso era una autocrítica por la pelea sobre el color del distintivo en la condecoración a la soldado muerta en Afganistán. Temo que no, pero me gustaría creer que sí). Me ha gustado, lo confieso, el tono del discurso, en el que para nada se ha atacado a Zapatero con los tintes de otras veces, sino que se ha intentado construir en lugar del consabido "no a todo".
Venía este discurso muy a cuento en un día en el que Zarzalejos, desde la pág. 3 de ABC, sacudía un pepinazo a algunos "lastres" del PP (claramente en referencia a Zaplana y Acebes, supongo) y elogiaba, en cambio, a políticos ‘templados’ como Ruiz Gallardón y Javier Arenas. Yo, desde luego, apuesto por un PP como este, y no por el entregado a los alcaraces, losantos, peonesnegros y manoslimpias, a los roucosvarelas y a la carcundia que mejor estaría con Le Pen que con Rajoy. Pero, ay, ¿acabará don Mariano, que a veces es tan poco tajante, tan vago –de ambiguo, no de lo otro, que a veces temo que también–, por decantarse a favor del centrismo absoluto, que es donde puede pescar votos? A mí me parece que Rajoy, que ya es mejor parlamentario que su contrincante político, hubiese sido un primer ministro me-jor que Zapatero en lo tocante a no abrir tumbas innecesarias, aunque algunos problemas de fondo (nacionalidades, terrorismo) acaso hubieran quedado sin resolver.
Ahora, Rajoy se enfrenta nada menos que a la necesidad de demostrar que también quiere resolver esos problemas de fondo, aunque sin emplear, como el otro, métodos de funambulista que nos tienen con el corazón en la boca.
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