La última vez que hablé con el candidato y líder de Vox, Santiago Abascal, fue en la recepción en el Palacio de Oriente el 12 de octubre pasado; le agradecí su cambio de talante para con los medios de comunicación. Mese antes tuve un rifirrafe con él, durante un desayuno en el Club Siglo XXI, cuando apoyó públicamente y con visible entusiasmo las políticas de Trump con respecto a los medios de comunicación. Le dije entonces a un colaborador de Abascal, que luego se negó a que su ‘jefe’ acudiese a un encuentro de periodistas en uno de esos clubes de encuentro con políticos, que así iban a la guerra con la prensa. Y que, de esta guisa, mal iban.
No acerté mucho, porque, desde entonces, Vox ha crecido hasta convertirse, de la mano de las encuestas, en la posible tercera fuerza política de España, por delante de los antes llamados emergentes Ciudadanos y Unidas Podemos. Y no es que los de Vox se hayan enmendado del todo en lo que se refiere a sus contactos con los muchachos de los medios: todavía no conceden entrevistas a quienes ellos llaman “periódicos y radios que son activistas de la extrema izquierda”. Y hasta recientemente algunos de estos medios ni siquiera podían acceder a los mítines de Vox. Claro que el propio presidente del Gobierno (en funciones) se ha mostrado reticente a conceder entrevistas con periodistas ‘incómodos’: pero Pedro Sánchez se puede permitir algunos lujos, porque está en el poder, aunque sea provisionalmente hasta el 10-n, y Abascal está, aún, bastante lejos del poder.
Y lo seguirá estando. Porque día a día muestra que ese ‘trifachito’ con el PP y Ciudadanos resultará imposible. Sin ir más lejos, en una reciente entrevista a un diario nacional, acusaba a Pablo Casado de “estar instalado en el marianismo” y de estar preparando un acuerdo entre el PP, el PSOE y Ciudadanos para, de alguna manera, gobernar juntos bajo la presidencia de Sánchez, a quien nadie discute que es el más probable ganador, por mayoría insuficiente, de las elecciones de dentro de diez días.
Yo creo que, al igual que a Pablo Iglesias con ‘su’ Unidas Podemos en la izquierda, a Santiago Abascal le convendría una tal alianza, porque le dejaría solo en su oposición al ‘statu quo’ desde la derecha. Y a eso, sin que el pacto PSOE-PP-C’s se haya siquiera delineado hasta el momento, jugará previsiblemente en el ‘debate a cinco’, lamentablemente el único de esta campaña, el próximo lunes.
Abascal, que gusta de un cierto ‘look’ como de legionario, de aparecer en vídeos cabalgando, con su barba algo sarracena, ha moderado, es verdad, algo su tono, que no es el que tenía cuando yo le conocí, allá por 2005, cuando era miembro del Parlamento vasco por Alava, naturalmente por el Partido Popular. No tardó en enfrentarse con la línea moderada de Antonio Basagoiti. Y lo demás, incluyendo su relación en la Comunidad de Madrid con esperanza Aguirre, es ya sabido.
Ahora no se corta a la hora de criticar el feminismo, la política contra la violencia de género, la ‘permisividad’ con los inmigrantes, las ‘tibiezas’ frente al independentismo catalán, hacia el que pregona la máxima dureza, con el inmediato encarcelamiento del president de la Generalitat incluida. Y, eso sí, es la única fuerza política que proclama la máxima fidelidad al Rey, cosa que, por cierto, no estoy del todo seguro de que en La Zarzuela piensen que convenga mucho a la imagen del jefe del Estado.
Cuenta con un equipo férreamente unido, que no deja resquicios a la autocrítica ni siquiera cuando alguna ‘prensa hostil’ saca a relucir ciertos trapos presuntamente sucios inmobiliarios a sus más cercanos colaboradores, el matrimonio Iván Espinosa de los Monteros-Rocío Abascal.
Y no, no creo que yo fuese uno de los periodistas a los que concedería entrevistas, la verdad. Bueno, tampoco se lo he pedido, aunque no me importaría hacerlo cuando lo exija el guión. Que, presumiblemente, y mire usted las encuestas, acabará exigiéndolo.
fjauregui@educa2020.es
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