Los candidatos a los que yo conocí (5): Pablo Casado

¿Podría Pablo Casado dar la gran sorpresa el próximo 10 de noviembre y convertirse, por mor de los votos, en presidente del Gobierno? Ignoro lo que podría ocurrir si esta frenética campaña, oficialmente comenzada este jueves, pero, en realidad, vigente desde las efímeras elecciones de abril, se prolongase durante un par de meses más: puede que el Partido Popular lograse la remontada, sugieren algunas encuestas. Hoy por hoy, ni las encuestas ni las relaciones entre los posibles ‘aliados’ del PP, Ciudadanos y Vox, abonan esa hipótesis. Y, sin embargo…

Sin embargo, considero probable, dentro de lo que en este país nuestro de sorpresas y vuelcos pueda ser probable, que Pablo Casado se convierta, algún día, puede que no muy lejano, en el jefe del Gobierno del Reino de España. No sé a través de qué caminos ocurrirá, que los designios del Señor son inescrutables, y más en España. Pero es más posible que esto ocurra a que nunca ocurra. Casado tiene partido, sedes, apoyos externos y algunos buenos colaboradores (otros no tanto, desde luego). Y quizá llegue a dar la talla: otros tenían menos estatura y ya ve usted dónde están o estuvieron.

Lógicamente, nada tiene que ver con mis presuntas o reales inclinaciones políticas, pero lo cierto es que, ya en 2011, desde la experiencia que uno había ido adquiriendo a lo largo de tantos años de profesión, dije, y escribí, que Pablo Casado era uno de los políticos con un talante más parecido al del Adolfo Suárez, al que conocí bastante: simpático, cercano y con una sonrisa siempre en los labios. Muy de agradecer para el periodista que ha de seguir los avatares de quienes aspiran a representar a la ciudadanía. Luego, Casado quiso aprovechar este ‘semblante suarista’ de manera algo oportunista, ‘fichando’ al hijo de quien fue presidente del Gobierno desde 1976 hasta 1981, cuando el gran Suárez dimitió poco antes del ‘tejerazo’.

El plan ‘adolfista’ no resultó del todo por muy diversos motivos que sería prolijo enumerar aquí. El caso es que Adolfo Suárez Illana ha sido de alguna manera ‘descabalgado’ del número dos de la lista por Madrid, pasando a ocupar el tres, para dar albergue a una de las políticas más sólidas con las que el PP cuenta: la ex presidenta del Congreso Ana Pastor. No he podido confirmar qué planes alberga Casado respecto de Pastor. Pero su promoción ha sido todo un acierto, de la misma manera que la de Cayetana Alvarez de Toledo, una figura ‘dura’ y distante, incapacitada para el pacto, ha sido, según mi criterio, un error.

A Casado, reconozcámoslo, hay que elogiarle por varios motivos. Porque, en momentos de zozobra tras la quiebra del ‘marianismo’, pudo y supo a duras penas mantener cohesionado –o casi—el partido, remontar el vuelo tras perder 71 escaños, girar desde unas posiciones impostadas – no le pega nada llamar ‘felón’ al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y él lo sabe—a otras moderadas, que son las que cuadran a este ‘yerno ideal’, como fue definido ingeniosamente por no recuerdo quién. Ha logrado, milagro, concitar el apoyo simultáneo de Mariano Rajoy y de José María Aznar. No es poco.

Apenas se le conoce otro resbalón –al margen de sus fluctuaciones tácticas, claro, y de ciertos nombramientos de portavoces—que el que sufrió gracias a la concesión de un ‘master’ excesivamente facilitado por una Universidad que merecería investigaciones más profundas que las que ha sufrido. Cierto que su carrera no incluye incursión alguna en la empresa privada ni gestión más allá del escaño. Pero eso, tal falta de experiencia, les ocurre también a los demás candidatos, si exceptuamos el breve paso de Albert Rivera por ‘la Caixa’ de Barcelona.

Rivera ya no parece, sin embargo, el rival de Casado a la hora de liderar la oposición al socialismo; mucho han cambiado las cosas en los últimos diez o doce meses, y los errores del líder de Ciudadanos, en mayor medida que los aciertos propios, han consolidado al actual presidente del PP en un lugar más o menos sólido, máxime contando su partido con las presidencias de Andalucía, Castilla y León, Madrid y, por supuesto, Galicia, aunque el presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijoo, una de las figuras con mayor empaque político de España, sea un punto y aparte en el panorama de la derecha.

Ahora, Casado tiene las riendas de la gobernabilidad de España tras las elecciones. Su plan de ‘España suma’ no ha funcionado, más por culpas ajenas que otra cosa; con Vox mantiene serias diferencias, incluso en las formas, y con Rivera, que le planteó una confrontación abierta por la supremacía conservadora, no parece entenderse demasiado bien. La salida que muchos prevén, y que a muchos les gustaría, es que el PP apoyase una investidura en solitario de Pedro Sánchez, muy probable ganador de las elecciones, absteniéndose en la sesión parlamentaria correspondiente. A cambio, naturalmente, de algunos, supongo que bastantes, pactos reformistas y de una presencia privilegiada en los foros públicos, lo que daría a Casado la patente de ser el hombre que hizo posible el principio del fin del bloqueo político que España ha sufrido durante casi cuatro años. Le convertiría, entiendo, en un hombre de Estado más que de partido; es algo que él tiene que analizar convenciendo a algunos reticentes en su ‘estado mayor’.

Pero eso, claro, no lo puede decir en campaña. Ni él, ni Pedro Sánchez, con quien las relaciones son bastante mejores de lo que ambos quieren, hoy por hoy (lo veremos en el debate ‘a cinco’ del lunes), aparentar. Cuando uno dice que esta abstención del PP sería la opción más razonable para salir del atasco, la España tuitera sin freno le acusa a uno de ‘estar en la estrategia de Pedro Sánchez para desgastar al PP aumentando el caudal de votos de Vox’.

No, uno no tiene ni estas intenciones ni tal poder. Uno, simplemente, cree que el sentido común en algún momento se acabará imponiendo y que la España reformista, regeneracionista, la que puede imponer soluciones moderadas pero eficaces en Cataluña, se acabará imponiendo sobre voceríos, cientocincuentaycincos –Casado se ha bajado ya de este autobús como solución para Cataluña—y divisiones ya absurdas entre ‘izquierdas’ y ‘derechas’, que bastante daño han hecho a este país que tanto se ha desgastado fomentando esa locura de las ‘dos Españas’. Un concepto que, creo que me consta, gusta bien poco a este ‘nuevo’ Casado, el de la barba que le diferencia de Albert Rivera y le da un cierto empaque senatorial. A sus 38 años, ya digo. Si propicia bien el presente, para él hay futuro.

fjauregui@educa2020.es

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