Acudo al Palacio de Congresos de Oviedo para asistir, como suelo, mezclado entre la gente y no como periodista, a un mítin de campaña de Pablo Iglesias. Polo rojo, sin reloj ni esas pulseras multicolores –ni siquiera morada—que ahora tanto llevan nuestros políticos. Lanza un duro alegato contra la banca y contra los otros partidos que admiten que los bancos financien sus campañas. Reta a Pedro Sánchez a que se comprometa a no pactar con el Partido Popular para lograr ser investido. Hace una proclama republicana.
Sabe bien Iglesias que no habrá nueva tentativa de ‘Gobierno de progreso’ y asegura, ahora, que él no se mueve por obtener un sillón. No lo va a obtener; ya no pide clemencia ni ministerios: su principal enemigo es Pedro Sánchez, a quien algún día, lejano ya, vislumbró la posibilidad de dar un ‘sorpasso’ electoral. Tuvo la oportunidad de meter a Unidas Podemos en el Ejecitivo –quizá, aunque Sánchez, que sabe ventear el peligro, nunca quiso pactar con él–, pero, en todo caso, la ha perdido definitivamente. Ha sido, el de la fallida investidura de Sánchez, su segundo intento de llegar al poder, tras aquella aparición suicida en enero de 2016, inmediatamente después de entrevistarse con el Rey, cuando pidió una vicepresidencia, los servicios secretos, TVE, unos cuantos ministerios para los suyos…. No habrá tercera ocasión.
El Pablo Iglesias que me ha dejado fugaces oportunidades de conocerle –como crítico a su persona y a su idea, no me ha dado lugar a ninguna entrevista personal—me parece desdeñoso, altanero, algo infantil en sus reacciones de rabieta. Se cree el más listo de la clase y puede que lo sea algo más que Pedro Sánchez, quién sabe: el caso es que a Sánchez le va, todo considerado, bien y a Iglesias, mire usted las últimas encuestas, no le va tan, tan bien. Mira que si los ‘morados’ quedan por detrás de Vox…
Puede que resulte nuevamente vencedor en el debate ‘a cinco’ del próximo lunes, porque, a él, a comunicador no le gana nadie; pero sigue sin convencer al ciudadano, no suscita confianza. En Oviedo le rodeaban unas quinientas personas, en su mayoría jubilados o muy jóvenes, porque el mítin se desarrolló a mediodía de un lunes, y no es plan dejar el trabajo para acercarse a escuchar peroratas de político alguno. Los que acuden son entusiastas, como todos los que van a mitinear con ‘sus’ políticos, pero, en lo que tiene de Vetusta, el Oviedo profundo, me consta, deja al margen de su cotidianeidad la campaña en general y este mítin en particular.
Tengo para mí que, como quizá le ocurra a algún otro candidato del que me ocuparé en entrega posterior, puede que esta sea la última campaña electoral de Iglesias, si es que no hay que repetir elecciones inmediatamente porque la incapacidad de nuestros políticos les llevase a no llegar a algún acuerdo de gobierno. La única solución para Podemos es deshacerse de la pareja gobernante, del ‘estigma de Galapagar’ –las cosas que le he escuchado a Pablo Iglesias y la realidad tan dispar que practica…–, de las bravatas y del salto en el trapecio. Y unificar fuerzas con el disidente Errejón, si es que este ha decidido seguir ese camino y no el del PSOE. Será la oportunidad de rescatar a la ‘formación de los indignados’ que tan meritoriamente, hay que reconocerlo, fundó Pablo Iglesias hace algo más de seis años y que hoy ha dejado de significar renovación y regeneracionismo, por muchos dardos que se lancen en los mítines contra los banqueros. Capitalizó la protesta de los ‘chalecos amarillos’ patrios, pero me parece que hoy ha perdido el favor de algunos millones de ellos.
Desde entonces, desde aquel lejano 2014, cuando nos sorprendió irrumpiendo en las elecciones europeas, se le reconoce apenas por su fidelidad a la coleta y a las no demasiado favorecedoras camisas que luce, es un decir. En lo demás, ha dado demasiados giros, y ahora, tras virar ciento ochenta grados en tantas cosas, en busca de la poltrona, me parece que vuelve a ser el mismo, el del ‘candado de la Transición’, el que quiere alcanzar los cielos y el que todo lo dejaría por un plató de esa televisión que Sánchez le ‘otorgó’ a cambio de su apoyo a la moción de censura. Cree ahora, me parece, que su oportunidad es, precisamente, ese pacto de Sánchez con el ‘popular’ Casado, que Iglesias finge atacar, pero que sabe que le dejaría con las manos libres para tratar de liderar la oposición desde la izquierda frente a un gobierno de ‘centro-sinistra’.
Ya digo: este hombre, que enaltece a sus parejas y las hace caer cuando dejan de serlo –siento mezclar temas personales en esto, pero resulta que él los hace políticamente relevantes–, que ha aportado, es verdad, algunos puntos de frescura en sus postulados, pero que también ha mostrado que, como Groucho Marx, cuando no gustan esos principios los cambia por otros, me parece que ha empezado a descender la escalera hacia una casi inminente irrelevancia política. Quizá la vuelta a la Universidad, a alguna tertulia televisiva, vaya a ser su horizonte no tan remoto. Lo hará bien, sin duda. O, al menos, lo hará bien en los días impares; los pares puede que, como en el cuento de la rana y el escorpión, le pierda su carácter.
fjauregui@educa2020.es
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