Con bastante ilusión, y sin remuneración económica personal –porque llega un momento en el que todo hay que decirlo, a la vista de cómo anda el patio– me lancé a preparar un congreso sobre nuevo periodismo, a sugerencia del entonces conseller valenciano de la cosa Esteban González Pons. Puse dos condiciones: no quería cobrar en tanto que director del evento, y quería que el congreso fuese plural, y no un acto de propaganda de un determinado sector político. Quería, y quiero, que sea un congreso de debate, de ideas, enriquecido con las aportaciones de especialistas de dentro y de fuera, porque estoy convencido de que esta confrontación de ideas será enriquecedora para la libertad de expresión y para ir instalando esa nueva mentalidad necesaria en el mundo de la información, tan apegado a veces a viejos esquemas.
Pretendí, eso sí, hacer un congreso lo más importante posible, en la estela de otros que, como el Huesca, dirigido por Fernando García Mongay y patrocinado, entre otros, por el gobierno de Aragón y la alcaldía de la ciudad, han abierto y abren tantos caminos. Creo que es bueno para nosotros, los periodistas, y sobre todo para la sociedad que estos acontecimientos proliferen.
Así que los organizadores, básicamente González Pons, se lanzaron a buscar patrocinadores que hiciesen posible o facilitasen la concreción de la idea. A más de uno debió parecerle interesante, porque la esponsorización llegó pronto: me parece que es obligación de las empresas invertir parte de sus excedentes en estas cosas. Y nos pusimos a trabajar, con la idea de que en el congreso estuviesen presentes la mayor cantidad de sectores, medios y tendencias posibles; creo que, en buena medida, lo hemos logrado, y que nadie podrá decir que este congreso está escorado. Mía fue la idea de invitar a algunos de los más conocidos blogueros –conocidos por mí, que conozco poco, y por quienes me asesoraban–, de manera que enriqueciesen los debates, que no debían limitarse a uno solo de los lados de la mesa. Y, sinceramente, sigo sin creer que haya sido una mala idea.
Algunos –siempre hay quienes quieren ver la corrupción en todas partes, y quienes están dispuestos a darnos a todos una lección de ética– han querido ver en ello una ‘compra’ de gentes para que hablen bien del congreso. ¿De manera que esas personas, cuando asisten, pongamos por caso, a Huesca o a Cáceres, invitados a congresos o seminarios, es que consideran que se han dejado comprar para hablar bien de esos eventos?…Notable que haya mentalidades así, y triste que lo único que tengan algunos que decir de un congreso que tanto esfuerzo está costando, y al que asiste gente tan interesante, es que se ha invitado a los hacedores de media docena de blogs (y, por cierto, a bastantes estudiantes, a muchos decanos de facultades de CC.II de toda España, que celebrarán esos días una ‘cumbre’ en Valencia y a algunos periodistas especializados).
Ver en ello la intención de comprar voluntades refleja algunos curiosos aspectos de quien levanta el flamígero dedo acusador, así como un sentido excesivamente esquemático de la vida: ojalá fuese tan fácil distinguir lo que está bien de lo que está mal, separar el trigo de la paja, erigirse en juez supremo de los valores correctos y en denunciante de lo incorrecto. Es como decir que contratar a ponentes para un congreso significa tratar de que hablen bien de los organizadores o que se expresen en un determinado sentido; pobre concepto de la integridad intelectual de la gente tendría quien eso pensase. A veces se siente uno tentado de pensar que hay quienes no hacen otra cosa en sus vidas que denunciar pajas en ojos ajenos, etc., y conste que no lo digo ahora por nadie en particular: pero, aceptando todas las críticas, me parece que tengo derecho a responder a quienes, desde mi punto de vista, no tienen razón. Prefiero hacerlo así que dejar pasar con indiferencia o con desprecio, como algunos me aconsejan –todos me merecen respeto–, comentarios que considero absolutamente desenfocados, por muy minoritarios que tales comentarios sean.
Desde luego, en mi intención no hay tal deseo de que se ‘hable bien’ del congreso (eso tendrá que merecérselo el propio congreso: me encantaría, claro, que sirviese de algo y, por tanto, que todo el mundo hablase bien de él; pero también sé que esa unanimidad es imposible), que se quiere polémico y, claro, útil. Por mi parte, sin tener nada que ver, como es notorio, con el partido político que sustenta a la Generalitat valenciana –ni con ningún otro–, debo agradecerles que, aunque a veces, cómo no, con algunas discusiones, me hayan facilitado hacer el programa que he querido, con las limitaciones de quienes no hayan podido o querido asistir, desde uno u otro lado de las mesas de las ponencias. En todo caso, me parece que será enriquecedora la presencia de quienes han destacado con sus páginas personales o colectivas, junto con profesionales que han dedicado sus vidas a bregar con el mundo, tan complejo y a veces tan duro –ya se ve– de la comunicación. No quisiera que sonase a eslógan, pero mi intención sería que todo el que tuviera algo que decir, y quisiera hacerlo, esté presente en este foro de Valencia, no como un ‘premio’ (?), sino como una aportación valiosa y necesaria.
Aprovecho, en todo caso, la oportunidad que se me da de referirme a este congreso, que tantos dolores de cabeza me está proporcionando, y de darlo a conocer aún más desde la polémica. Lo confieso: me encanta que haya polémica en torno a este congreso, aunque a veces pueda parecer que se buscan aspectos que algunos juzgarían algo miserables. Es sano, me parece.
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