Perdón por la excursión personalista, pero escribo desde mi despacho, situado en ese centro de Madrid donde se producen las manifestaciones más sonadas y el ruido de la calle, celebrando la victoria en el mundial de fútbol, llega hasta mi ventana, atronador. Ha ocurrido, como tantas veces se ha comentado, algo muy importante en España en las tres últimas semanas, y no creo que la manifestación independentista –porque eso fue—del pasado sábado, encabezada para colmo por el presidente de una comunidad autónoma, baste para aguar esa fiesta. Pero, para mí, algo sí que la ha aguado.
En mi opinión, debo decir que resulta sintomático no haber escuchado una sola voz lo suficientemente crítica con lo ocurrido en Barcelona este fin de semana: “es tan grave que conviene decir que no es tan grave”, me comentaba el domingo un importante asesor de Mariano Rajoy. Eso quizá explique que el líder de la oposición no haya querido hacer alusiones ni a la manifestación, ni a la sentencia del Constitucional sobre el Estatut. Y quizá explique que, por su parte, el Gobierno socialista haya evitado, pasando de puntillas, la espinosa cuestión que hubiera supuesto un enfrentamiento con el president Montilla. Pero la verdad, y debo decirla porque es mi obligación, es que los dos partidos mayoritarios están hondamente preocupados por la marcha catalana y lo que, en el fondo, representa, sin que podamos engañarnos al respecto.
¿Seguiremos edulcorando la situación, ajenos al ruido de la calle, en el debate sobre el estado de la nación? ¿Habrá uno de esos famosos pactos tácitos entre los dos principales políticos españoles para callar, en aras de lo que ellos consideran el interés del Estado, lo que preocupa a los ciudadanos? Este miércoles, la solución; aunque, la verdad, conviene, para evitar decepciones, que no esperemos demasiado de este debate.
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