Siempre sostuve que el macrojuicio por el minicaso de los trajes de Camps era un exceso. Un juicio de faltas convertido en todo un proceso contra la corrupción política. Si los tres trajes, una chaqueta y unos zapatos tenían un valor aproximado de cuatro mil euros, ¿cuánto le ha costado al contribuyente español el desarrollo de un proceso que ha durado semanas, con pago de dietas a los jurados incluido?¿Cuánto ha costado la persecución de banquillo a Garzón, una persecución que bien podría haberse sustituido por una sanción del Consejo del Poder Judicial y que hasta el fiscal del caso ha calificado con los términos más duros? ¿Cuánto puede costarnos el proceso, si lo hay, contra José Blanco? Y ¿por qué se olvidó tan fácilmente, en cuanto Rubalcaba se convirtió en un derrotado político, el ‘caso Faisán’, que tanto revuelo provocó durante años?
Los españoles nos vamos acostumbrando a que los procesos judiciales pasen ante nuestras narices sin que estén siempre del todo justificados, y con la evidencia de que hay ‘manos negras’ (o ‘limpias’) que intervienen excesivamente en las filtraciones y en las acusaciones particulares. Eso, sin contar la constante utilización partidista que se hace de cada resolución judicial, de cada comparecencia de un imputado ante el juez. Luchar contra la corrupción es, me parece, algo más serio que eso. Hay evidencia de existencia de prácticas corruptas en la Comunidad valenciana, en la balear, en Andalucía, quién sabe si en Galicia. De lo que no estoy tan seguro es de que siempre se acierte en la persecución y búsqueda de castigo de los presuntos o reales responsables de esa corrupción. Para mí, el juicio acompañado de trompetas contra Francisco Camps ha supuesto un retroceso en la lucha contra las irregularidades: todo ha quedado en una farsa, la farsa de los tres trajes, un viaje para el que no hacían falta tantas alforjas.
Me siento incapaz de opinar acerca de si Camps era o no culpable de una falta inserta en una figura penal extraña y mejorable, como es el cohecho impropio. Casi estoy por decir que me da igual si el ex presidente de la Generalitat valenciana –que obviamente no volverá a serlo—pagó o no de su bolsillo los dichosos trajes; hubiese bastado con que hubiese reconocido de entrada que no lo había hecho, que a continuación los hubiese abonado… y entonces se hubiese ahorrado toda esta vergonzosa ordalía. Lo que de verdad me preocupa es que ha habido algo de persecución (‘el pueblo contra el poderoso que ya no lo es tanto’), no poco de pelea callejera política, toneladas de la infamante ‘pena de telediario’ y mucho de chascarrillo judicial. Y muy poco de lucha, de verdadera lucha, contra la corrupción. Lo mismo, opino, que en el ‘caso Garzón’. O en el ‘caso Blanco’. Demasiadas interferencias en la labor de la Justicia procedentes de quienes no quieren que de verdad la Justicia se imparta.
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