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(La política española está en el más difícil todavía)
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Este lunes sabremos, posiblemente, si Pablo Iglesias e Irene Montero, unidad de destino en lo local de Galapagar, se quedan o si dejan el timón de Podemos en manos menos sobresaltadas; me parece más probable, y menos productivo, ay, lo primero. Y, a lo largo de la semana, conoceremos concreciones acerca de lo que los otros trapecistas de nuestra política en realidad pretenden: veremos a Pedro Sánchez fijar posiciones y hasta fechas para el desarrollo de una moción de censura a la que la prensa dominical concedía pocas esperanzas de triunfo. Veremos a los flamantes críticos internos de Rajoy moverse hacia la celebración de un congreso extraordinario del PP para ‘cambiar caras’ y tal vez hasta programas de actuación: llegan algo tarde, pero más vale eso que nunca. Veremos nuevas fluctuaciones en un Albert Rivera que –como Sánchez, por cierto—ya no tiene miradas sino para el palacete presidencial en la Cuesta de las Perdices.
Al único, sospecho, que no veremos moverse será al propio Mariano Rajoy, que, dicen, hasta tuvo tiempo de disfrutar del partido victorioso del Real Madrid en el butacón de Moncloa, ya que las duras circunstancias que vive le impidieron viajar a Kiev, como en algún momento parece que pensó. Genio y figura…
Sí, todo cambió entre el jueves y el viernes de la pasada semana. Quienes creían que un continuismo era posible han visto ya que sus sueños se rompían en pedazos sin reconstrucción posible. Y los trapecistas comenzaron sus volatines. Con una muy escasa red, si es que tal red existe.
A Iglesias, la inesperada –incluso para el propio Sánchez todavía el pasado miércoles—moción de censura le robó el protagonismo de mostrar que ‘sus’ bases le siguen queriendo el frente de Podemos, que es lo que él espera que surja del referéndum que convocó a cambio de mantener enhiesto su ya célebre chalet. A Rajoy y a sus lugartenientes, la moción tras la ‘sentencia Gürtel’ les cortó de golpe la euforia tras haber logrado aprobar los Presupuestos: me aseguran que se ha suscitado ya un movimiento más o menos espontáneo en busca de una pronta sustitución al frente del PP, ya que el recambio al frente del Gobierno parece, en cualquier caso, cosa de pocos meses.
Sí, porque entre los volatines a dar está una pronta convocatoria de elecciones generales. ‘Conditio sine qua non’ para que Ciudadanos apoyase, siempre sin entusiasmo, una moción de censura que sí respaldarían, con contrapartidas, Podemos, quizá los nacionalistas vascos –no pueden seguir sustentando la permanencia de Rajoy, y lo saben—y, por supuesto, tanto el PDeCat como Esquerra Republicana de Catalunya, que no creo que desplieguen su programa de máximas reivindicaciones a cambio de su ‘sí’: ya les va bien que se tambalee el sistema montado por quien todavía controla la autonomía catalana a través del artículo 155 de la Constitución.
Pero, claro, todo eso, más los votos aislados de Bildu y quién sabe si de los canarios, puede lograr una mayoría en la Cámara Baja, pero de ninguna manera puede configurar un Gobierno. De nuevo los fantasmas de un ‘Ejecutivo Frankenstein’ y todo aquello que creíamos felizmente olvidado desde 2016. De esta no salimos sino con una coalición de centro-izquierda, y que Sánchez y Rivera se vayan repartiendo poltronas monclovitas. Así que a ver cómo se las compone el secretario general socialista a la hora de plantear su moción.
Un gran amigo, que ocupó cargo destacadísimo y aún mantiene el carnet del PSOE, me escribe estas líneas, que reproduzco:
“Para mí, ha sido una alegría saber que el PSOE había presentado una moción de censura a Rajoy. Porque será una gozada que Pedro Sánchez, por ejemplo, le pueda leer en el hemiciclo algunos párrafos de la sentencia Gürtel a Don Tancredo. Pedro no tiene limitación de tiempo durante la defensa de la moción. Será una gozada que al desmemoriado Rajoy le recuerden cuántos de sus compañeros ministros están en la cárcel o a punto de que los enchironen. Sin duda, la presentación de la moción ha cogido con el pie cambiado al PP”.
“Pero si lo que se pretende con la moción de censura es echar a Rajoy y tomar el poder, es decir, ser presidente del Gobierno durante unos meses, no veo gran ganancia. Lo razonable sería derrotar a Rajoy en la moción de censura anunciando que se aceptarán todos los votos de cualquier formación política, pero que el PSOE no dará contrapartidas a nadie. Y, concretamente en el caso catalán, no se variara de postura ni un ápice”.
“Habría que hacer una declaración de intenciones públicamente, y en el hemiciclo mejor que mejor. Diciendo que una vez ganada la moción de censura y no más de dos horas después de haber jurado el cargo de Presidente del Gobierno, disolvería el Parlamento y convocaría elecciones generales. Para los casi sesenta días que faltarían para que se celebrasen, se comprometería a formar un Gobierno de transición y coalición con independientes y personas de los partidos que hubieran apoyado la moción”.
Quien me enviaba estas líneas era Julio Feo, quien durante cinco años fuera secretario general de la Presidencia del Gobierno con Felipe González y a quien, en mi opinión, ayudó no poco a forjarse como estadista. Y, por cierto, he hallado, en medio del silencio público de los ‘barones’, a muchos socialistas que comparten esta tesis. Ahora, hagan juego y hala, al trapecio.
fjauregui@educa2020.es
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