Uno escribe desde la (relativa) vacación playera y uno se da cuenta de que, pese al (relativo) relajo anda más cabreado que un pepero mallorquín, más mosqueado que un pavo el día de la lotería de navidad, más triste que una tarde de febrero en Luxemburgo. En resumen, me parece que este verano, que anda aún medio mediado, valga la redundancia, no está siendo políticamente nada bueno. Ni me ha gustado ese Consejo de Ministros del 13 de agosto –haberse ido al pazo de Meirás, hombre–, ni me ha gustado, ya digo, lo de los peperos mallorquines, ni el tono raquero –palabra santanderina, intraducible, lo siento– de los altercados verbales con motivo de si hay o no escuchas (que las hay; otra cosa es quién las practique).
En resumen, no me está gustando nada nada, valga nuevamente la redundancia. Ni las palabras de Rajoy y de Zapatero, ni sus silencios, gallego uno, canario el otro. Ni lo poco que dicen los ministros (ni siquiera Trinidad Jiménez, a la que tanto he elogiado por su energía en esto de la gripe A, me pareció bien cuando salió a decirnos que la solución está en no besarse, no tocarse…¿y la reproducción de la especie?¿cómo la hacemos?).
Verano, en fin, sin besos y sin manoseos, casto e higiénico, tramposo en lo político. ¿Cuándo nos vamos a indignar de verdad ante el regalo a los amiguetes –de la Sexta o de donde sean–, la dádiva del político al plumilla –sea una radio a Federico o a quien sea–, el favor a los empresarios de la cuerda –se llamen del Rivero, Entrecanales o lo que sea–? ¿Cuándo ante la mentira –sea de los del PP acosados por corruptelas pasadas o de quien sea–?¿Cuándo ante la pasividad de jueces, de periodistas, de la propia opinión pública, que cada vez exige menos?
Bueno, casi estoy deseando volver al curro para que la corteza de cada día no me deje ver el árbol que me impide ver este bosque tétrico que cada día dibujamos en el panorama nacional.
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