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(ESCRIBÍ ‘ES EL CAMBIO, ESTÚPIDO’, PERO POCO, EN POLÍTICA, CAMBIÓ. PERO LA SOCIEDAD NO ES TAN INMOVILISTA COMO SUS POLITICOS Y CAMBIA, CAMBIA…))
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——-Como antes Halloween o quién sabe si pronto el día de acción de gracias (en el momento menos pensado nos lo impone Trump), a nuestras costas llegó el viernes negro, que es una jornada en la que los artículos perfectamente innecesarios bajan sus precios, pero también los necesarios. Así que no puede uno sino saludar como una gran idea ésta, que nos llega como siempre del otro lado del Océano, que puede ser buena para el comerciante y para el consumidor. Y ya se sabe que un buen negocio no es el que aprovecha tan solo a una de las partes, sino el que viene bien a todos los intervinientes en el business. Saludo, pues, el viernes negro, que es como un heraldo de la navidad, precisamente en el día en el que en las calles, al menos en las de mi ciudad, se inauguran las luces multicolores que nos hablan de las fiestas inminentes.
Ocurre que todo esto, como la libertad de horarios comerciales, la consiguiente apertura de muchas tiendas en domingo o la competencia, no sé cuánto de desleal, de los manteros, está cambiando los usos y costumbres sociales de los españoles, quizá de manera mucho más profunda de lo que pudieran hacerlo las imposiciones políticas o las aportaciones de los partidos emergentes o sumergidos. Los munícipes se agotan en ocurrencias que pasan casi siempre por cargarse la cabalgata de los reyes Magos, o en la restricción del uso del automóvil, sobre todo en los festivos, tantas veces ocupados en usos lúdicos que ‘toman’ las principales arterias y hacen que los conductores no puedan, simplemente no puedan, circular.
Algo nuevo está ocurriendo en nuestras atestadas, incómodas, ciudades. Como algo está ocurriendo en los hábitos culturales de nuestros más jóvenes (¿ha visto usted algunos vídeos de ese héroe popular juvenil llamado El Rubius? No pierda la oportunidad de conocerlo y, quizá, horrorizarse: tiene tantos seguidores como votantes el PP. O puede que más) o en los senderos laborales, en los que nuestros universitarios saben que al menos un sesenta por ciento de ellos trabajarán en puestos laborales aún desconocidos: quién iba a pensar hace cuatro años que uno podría ser piloto de dron. O ‘youtubber’.
Me parece que situarse contra el cambio es tarea inútil, que, por tanto, conduce a la melancolía y, por ende, a la locura. Condenar el ‘black Friday’ porque fomenta el consumismo viene a ser lo mismo que criticar a las redes sociales porque en ellas desempeñan sus malas artes insultadores, difamadores y gentes que todo lo ensucian. O como desdeñar a estos jóvenes, que del vídeo hacen un presunto arte multitudinariamente seguido por los dieciochoañeros, porque algunos de ellos se hayan convertido en prescriptores de lo que a usted y a mí nos parece mal gusto.
Creo que la sociedad española es muy consciente, en el fondo, de sus fortalezas y de sus debilidades. No hay más que ver las reacciones autocríticas que se produjeron inmediatamente después de la súbita muerte de Rita Barberá. No quiero hacer de esto un ensayo sociológico ni, menos, político, que trascendería con mucho los límites, incluso físicos, de lo que no es sino una columna periodística; pero, de la misma manera que la triste muerte de Barberá nos ha servido para entender hasta qué punto somos un país instalado en la pena de telediario y de la imputación por la imputación, me parece que el casi año de anormalidad política que hemos vivido nos ha vacunado contra la insensatez de quienes aspiran a representarnos. Y, entonces, el ‘black Friday’, o los vídeos de El Rubius, o ciertas formas de comunicación alternativas, nos sitúan en la transformación, que tantas veces no es sino ir haciendo camino, de la mano de la coyuntura, hacia otro lado, nos guste o no nos guste.
Jamás creí en el acierto de la máxima ignaciana según la cual ‘en tiempos de crisis, no hacer mudanza’. Me parece que, quizá sin pretenderlo, vivimos en la mudanza permanente y más nos vale cabalgar ese tigre que ignorarlo y que nos dé un zarpazo por la espalda. Así que me he zambullido en la espantosa ‘rubiusmanía’ y me preparo para el asalto a los comercios de la Gran Vía, en busca de encontrar un saldo que, en el fondo, no necesito, pero que me haga sentirme partícipe de lo que hace la mayoría. ¿No era eso la felicidad?
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