Creí que todo iría a la altura del discurso incial de Zapatero. Estuvo, en los comienzos, mejor que Rajoy, creo. Luego, los dos la fastidiaron: en el rifirrafe subsiguiente perdieron los nervios y hasta, en algún momento, la compostura. Lástima que las manos que deberían haber estado tendidas sobre ciertos temas (ETA) se tornasen en puños para golpearse. Temo que, excepto los dos mil quinientos euritos por hijo nuevo –por trillizos, un sueldazo–, vamos a sacar poco en limpio de este trámite parlamentario, que debería haber sido más importante y se ha quedado en juego floral, como siempre.
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