Estimado Don Amancio Ortega:
Ante todo, vaya por delante mi admiración. Ser el tercer hombre más rico del mundo (Bloomberg dixit), habiendo partido casi de la nada, es algo que no está, ciertamente, al alcance de todos. Ahí es nada, figurar tras Carlos Slim, tras Bill Gates y por delante de Warren Buffet, en las listas de los seres más privilegiados –por méritos propios siempre, conste—del mundo. Supongo que merece la aclamación:
cinco mil tiendas de Zara y hermanas repartidas por todo el mundo, ciento diez mil puestos de trabajo creados, también por todo el mundo, avalan una trayectoria histórica. Así que una usted mi aplauso, que extiendo a sus sin duda competentes colaboradores, al de tanta gente:
no quisiera que lo que sigue pudiera interpretarse como una observación torcida o envidiosa. Todo lo contrario, de verdad.
Hay algo, lo confieso, que me incomoda de usted: esa obsesión por no aparecer en las fotografías –tiene usted perfecto derecho, claro–, ese odio a todo tipo de publicidad, ese huir del contacto de la gente, de esa gente común y corriente que es la que compra la ropa que ustedes fabrican. Es usted un hombre tocado por el dedo de la diosa Fortuna –un dedo que, por supuesto, hay que cultivar, no se vaya a dirigir hacia otro lado–. Como sus compañeros de lista. Y aquí hemos tocado un punto crucial: sus compañeros de lista.
Ya sé que un periodista no es nadie para dar consejos, pero sí que sirve para hacer observaciones. Y he observado, Don Amancio, que está usted rodeado. Tiene a Bill Gates, el de Microsot, por delante. Y a Warren Buffet, el de Berkshire y tantas otras cosas, por detrás. ¿Se ha dado usted cuenta de que ambos son importantes filántropos, que dedican buena parte de sus inmensas fortunas a generar ‘otro’ tipo de riqueza, una riqueza más social, basada en procurar un bienestar menos tangible, llámese cultural, educativo, relacionado con la salud?
Siempre he admirado sin límites a Gates, a quien en una ocasión hasta tuve la oportunidad de saludar y de charlar un rato con él. A Buffet no le conozco de nada, pero soy apasionado lector de sus iniciativas beneficiosas para sus semejantes.
De Slim sé poco, la verdad; lo mismo que de usted. Me dicen que ambos se esconden celosamente en eso que llaman ‘preservar la intimidad’.
Confío en que ambos me perdonen, si alguna vez llegan a conocer este escrito, en el caso de que mi desconocimiento esté ocultando iniciativas paralelas, pero secretas, que los números uno y tres del ‘ranking’ de los riquísimos estén desarrollando Me refiero, claro, a esas iniciativas a favor de los que quieren investigar y no tienen dinero para hacerlo, de los emprendedores a los que la asfixia económica les impide emprender, de los médicos que se lanzan por el mundo a curar sin fronteras, de tanta ONG, de tanto cooperante, que se esfuerzan por introducir un poco de humanidad en un mundo bastante inhumano.
Créame que nada tengo que ver con ese alcalde andaluz que saquea los supermercados para dar los alimentos a los pobres, creyéndose Robin Hood sin arco. No soy más que un hombre de la calle que tiene el privilegio de poder hacer escuchar su grito un poco más que la mayoría, aunque menos que otros. Pero estamos en un planeta doliente por los tremendos abismos entre unos continentes y otros, entre unos barrios de la misma ciudad y otros. Aquí mismo, en esta España donde usted, señor Ortega, nació, andamos en momentos de nacional-pesimismo, de desaliento…Lo crea usted o no, resulta que hay más de un millón y medio de familias con todos sus componentes en el paro, y hay decenas de miles de personas que ven que se les va a acabar el ‘suplemento’ de cuatrocientos euros una vez que les concluyó el seguro de desempleo.
Dicen los de Cáritas que cada día acude más gente a su reparto de alimentos, que es como un ‘rescate’ a escala individual por el que, créame, a nadie le gustaría pasar. Tengo más ejemplos, muchos, pero esta carta no puede eternizarse.
Le aseguro que no figuro tampoco entre quienes califican de obscenas las cifras de beneficios; para generar puestos de trabajo y riqueza ls empresas tienen que ganar dinero. Pero aplaudo que algunas de esas grandes empresas españolas, algunos bancos importantes –a los que, Bloomberg dixit, usted parece haber desbancado–, dediquen una parte, siquiera mínima, de sus excedentes a labores sociales. Ya digo:
fomento de emprendedores, de actividades culturales, de la investigación, fundaciones que miran a los más desamparados en otros países… Inversión en imagen, si usted quiere. ¿Y qué, si contribuye a hacer el mundo de nuestros hijos un poco mejor de lo que lo encontramos?
Dicen que pasa usted estos días en su barco de cuarenta metros, el ‘Valoria’, recorriendo sus amadas Rías Baixas. Conste que me parece muy bien: se lo ha ganado. Solo espero que este mensaje le llegue a usted algún día, quizá en una botella de náufrago, y desmienta usted con hechos estas consideraciones, que de verdad que no empañan, sino que matizan, mi admiración por su trayectoria. Enhorabuena.
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