Aprecio desde hace años a María San Gil, aunque sabía que esto iba a acabar así. Desde hace años constatamos, cuando nos vemos, que discrepamos en muchas cosas, en la táctica y en la estrategia, pero que nos une el común anhelo de que ‘nuestro’ País Vasco –más de ella que mío– llegue a una paz que devuelva a tantos la sonrisa y la tranquilidad –a ella, tan amenazada, tan cercada, más que a otros que tanto vociferan–. Pero pienso que sus métodos no son los más adecuados, aunque comprendo el dolor y el sufrimiento de los que all´ñi están y no pueden, como ella no ha podido, sacar a pasear a sus hijos al parque.
No creo que María esté en una conspiración de covachuelas y micrófonos bendecidos. Pienso que, en efecto, se ha sentido mal tratada, y Rajoy ya se ve que no ha sido llamado por los caminos de la diplomacia. Pero ¿había que hacerlo así? ¿Un portazo que debilita aún más, sin expectativas claras de recambio, a quien ahora encarna la única oposición al socialismo gobernante?
He leído de cabo a rabo la famosa ponencia política; no veo dónde pueden estar las discrepancias, la verdad. Puede que, como tantas veces, las formas se hayan comido el fondo. Puede que Lassalle, o quien quiera, no sea la persona más adecuada. Puede que…Pero ¿dinamitar así el congreso del PP, única esperanza ahora de recuperación para este partido?
Yo, la verdad, en esta tesitura, y sin dejar de ser –es lo que pretendo, al menos– un observador político imparcial y descomprometido, pienso que Mariano Rajoy tiene la razón, aunque no le acompañen los métodos, ni la sabiduría a la hora de pilotar esta crisis interna. La sombra de Hernández Mancha planea, de nuevo…
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