Existen muchas Cataluñas. Absurdo pretender conocerlas todas. Probablemente, de todas las Comunidades Autónomas de España, Cataluña sea la más plural, la más indescifrable, la menos aprehensible. De todas esas Cataluñas, elegí trasladarme a L’Hospitalet para el cierre de la campaña electoral más loca de la Historia, una en la que quien aparece como un serio aspirante a ganar en las urnas ni siquiera ha podido hacer sus mítines en tierras catalanas porque sigue fugado y siendo un presunto delincuente a la espera de ser juzgado. O amnistiado, claro. Pero de eso se hablará mañana, porque hoy, como decía Jordi Pujol, no toca.
Así que hablaba de L’Hospitalet, un municipio pegado a Barcelona que antes podría haberse llamado un barrio obrero, donde ciento setenta y cinco mil personas pueden votar este domingo, y ninguna de ellas –o casi—lo hará por el independentismo. Hablé con muchas de sus gentes, mayoritariamente no nacidas en Cataluña, pero allí viven desde hace decenas de años. Acudieron al mitin del candidato del PP, Alejandro Fernández, acompañado por Alberto Núñez Feijoo, algo más de dos centenares de personas en el último mitin de la campaña: hombres y mujeres trabajadores, en general de edad avanzada, que agitaban banderitas españolas –no había otras—y que se abrazaban al periodista, “a usted le veo todos los días en la tele” y “deles más caña, hombre”.
No me interesaba tanto lo que dijesen el candidato ‘popular’ a la presidencia de La Generalitat, palabras mil veces repetidas en las últimas semanas, ni el propio Feijoo, claramente cansado tras un ciclo mitinero que obviamente agota y hace que abrevies en lo posible el mensaje, que devuelvas algo desganadamente las manos tendidas. Me interesaban las gentes de L’Hospitalet, localidad en la que yo jamás había estado y que poco tiene que ver con el ambiente socialista de la Fiesta de la Rosa y menos, claro, con lo que yo había podido ver en el Círculo Ecuestre, en el Liceu o incluso en las calles de Gerona. La Cataluña plural, ya digo.
Esas gentes a las que yo ví temen cualquier deriva independentista, pero no respondían con ningún tipo de entusiasmo a mis provocaciones, “que gane Illa es lo mejor que puede pasar ahora, lo menos malo”. Esas gentes de L’Hospitalet, que viven a la sombra del gran hospital de Bellvitge, parecían creer de veras que Alejandro Fernández puede, como dijo absurdamente el edil local, alcanzar la presidencia de la Generalitat. Y sí, cierto: Alejandro Fernández, que es un hombre con sentido del humor y poco querido, vaya usted a saber por qué, en la madrileña calle de Génova, puede que hasta triplique los escaños que antes tenía el PP, llegando hasta los once o doce. Y ya. La gran incógnita es si, en caso de que los necesite Illa, prestaría a la última hipótesis ‘semiconstitucionalista’ uno o dos escaños para que el socialista pudiese alcanzar la mayoría para gobernar. Todo con tal de que Puigdemont no pueda formar Govern y hacerse nuevamente con la presidencia de la Generalitat, temor creciente a la vista de lo que las prohibidas encuestas van mostrando: que el fugado de Junts ha subido no poco en intención de voto.
Claro que esa, prestar o no algún escaño y a cambio de qué, será una decisión más bien de Feijoo, el hombre de sonrisa difícil, moderado y con tanta fama de persona decente como de pésimo estratega. Puede que el papel histórico del PP, y de Feijoo, ante las elecciones catalanas de este domingo sea ese, el de posibilitar un Govern que cierre las puertas a Puigdemont, incluso incorporando a los de Esquerra, que no son lo mismo que los de Junts, aunque sean de izquierdas en segundo término e independentistas en primero. Illa puede que sea de una izquierda templada, poco clasificable, pero, desde luego, digan lo que digan algunas voces de la derecha o de la derechona en Madrid, no es independentista. He ahí el dilema con el que quizá tengan que enfrentarse Feijoo/Fernández a partir de este lunes: Illa o no Illa, he ahí el dilema. Un momento histórico para el PP, que ve con espanto que puede que le reclamen apoyar la investidura de Illa, el último constitucionalista posible, pero que, al tiempo, es el hombre del odiado Pedro Sánchez en Cataluña y mucho más allá de Cataluña.
Veremos qué operaciones y qué bodrios políticos se ensayan tras el resultado de este domingo en las urnas. Rumores y especulaciones, algunos bien absurdos, hay, desde luego, para todos los gustos. Puede que Feijoo tenga, al fin y al cabo, un papel que jugar, una decisión que tomar que, en cualquier caso, le va a ser criticada, sea cual fuere. Sí, Sánchez se la juega este domingo con lo que ocurra o no ocurra en Cataluña, como se ha repetido hasta la saciedad. Tengo la sensación de que Feijoo, ese político sensato que tantas veces ha equivocado su estrategia y sus tácticas, también. Este lunes, dentro de pocas horas, posiblemente esté dando comienzo a una nueva era política en Cataluña. O sea, en España. Las gentes de L’Hospitalet, por ejemplo, castellanoparlantes, venidas de tantas partes de España pero ya aclimatadas tiempo ha en Cataluña, a la que aman, también se la están jugando. Se juegan el ser o no ser, ciento setenta y cinco mil en una marea de cinco millones de posibles votantes en esta Cataluña políticamente tan caótica.
fjauregui@educa2020.es
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