La verdad es que uno no sabe ya si preferir la guerra fría, la tradicional, la de siempre, o la complicidad subterránea entre dos personajes como Donald Trump y Vladimir Putin. Siento decirlo, pero, tras muchos, pero muchos, años observando el panorama internacional y, claro, el nacional, hacía tiempo que no veía una confluencia tal de elementos para la tormenta casi –casi—perfecta, en casa y fuera de casa: la prepotencia, la ignorancia, las ocurrencias que sustituyen a las ideas, se han adueñado de todos los jardines.
Porque, primero, a saber quién es el guapo que puede asegurar que Putin y Trump, o el secretario de Estado-comerciante Tillerson y el jamás sonriente (ni veraz) ministro de Exteriores ruso, Sergéi Lavrov, están verdaderamente enfadados, es decir, no hacen comedia cuando el neozar de las Rusias dice que las relaciones con Washington están en el peor nivel desde la presidencia de George Bush. Yo creo que el Putin tonante y el Trump amenazante, que nos dice, en plan ‘marshall del far west’ que “Corea del Norte busca problemas”, tienen muchos puntos en común: primero golpean y luego dialogan, son un cúmulo de contradicciones (bueno, el segundo mucho más que el primero) y tienen caracteres antidemocráticos, autoritarios, i plantados en un lecho de falta de escrúpulos. Putin, eso sí, parece más inteligente, mucho más taimado: como malote, le saca mucha ventaja al hombre del pelo color mandarina, que ya es decir.
A Trump le quedan pocos aliados verdaderamente amistosos, y uno de ellos es, mientras no se demuestre lo contrario, Putin. El presidente de los Estados Unidos, donde ya se empieza a hablar otra vez de aplicaciones plurales de penas de muerte pendientes, se ganó el otro día el aplauso hipócrita de los europeos por su reciente bombardeo en Siria. No acabé de entender, la verdad, ese comunicado de los líderes del sur de Europa, reunidos con gran parafernalia en La Moncloa, aplaudiendo la acción unilateral, irreflexiva, de Trump: ¿pues no estamos acusando al genocida sirio –y a los más tiranos aún del islamismo fanático—de bombardear indiscriminadamente y a continuación aplaudimos un bombardeo quizá similar, pero, eso sí, practicado por los ‘de casa’?
Puede que la fuerza sea necesaria para combatir al Daesh, y hasta para dar un escarmiento al tiranuelo de Siria, hasta muy recientemente ‘nuestro’ tiranuelo, pero ¿no debería consensuarse tan importante paso con las fuerzas aliadas, entre ellas todos los reunidos recientemente en La Moncloa a invitación de Rajoy? Pues no: dicen, quién sabe, que Trump no avisó a la Alianza Atlántica –cada vez más débil y anodina, por cierto–, pero sí hizo una llamada al Kremlin, previa al bombardeo. Así que, si Putin lo sabía y calló cuando debía hablar, ¿no estaremos autorizados a pensar que ahora anda sobreactuando?
Y ahora, segundo, conectemos todo esto con el plano nacional. Porque ocurre que cada día nos enfrentamos a nuevas ocurrencias, sobre todo de algunos gobernantes periféricos, que hacen de la desobediencia a las instituciones una mofa y de su capa un sayo y, en cambio, se encogen de hombros (excepto para invitar al pati des Tarongers a dos cómicos disfrazados de congresistas norteamericanos –a veces se entiende cómo es posible que un Trump ganase las elecciones—) ante los grandes problemas que nos aquejan. Y, hombre, ya que Puig se echa al mont norteamericano, con muy seguidas conferencias en Harvard ante una multitud de noventa oyentes (muy seguidas en los medios oficiales catalanes, quiero decir), me habría gustado escucharle alguna vez, en su diplocat galopante, hablar de lo que hace Trump o de lo que podría, glub, hacer la vecina Le Pen si los peores vaticinios se cumpliesen. Es decir, que ampliase su pretendido carácter estadista más allá de las fronteras que quiere imponerse.
Pero no: lo máximo que se les ocurre en la Generalitat, y luego tienen que desmentirlo, es poner a los parados a organizar el referéndum independentista, porque así, me comentó uno de Esquerra de cuyo nombre ni acordarme quiero, cumplen su función social y justifican su salario. Y ahí, en otras cosas no menos pintorescas, andan algunos líderes locales: intentando quitar la Seo a la Iglesia o plantando la bandera tricolor allí donde la bicolor tomó carta de naturaleza hace dos siglos y pico. O montando un pollo de todos los diablos, que nadie entiende muy bien, en Murcia.
Eso sí: ahí, en la proliferación de ocurrencias y miopías, sí que nos parecemos a veces a Trump. En eso, y en confundir, lo digo metafóricamente, claro, Siria con Soria; a ver si un día de estos Putin, que de geografía sabe poco, se nos va a equivocar y…Maaadre mía. Pero bueno, eso sí: más millones de coches que nunca estarán esta Semana Santa en las carreteras, los hoteles colapsados, las playas donde no cabe un alma y la España insolidaria olvidando a la que estos días no sale de casa porque no puede salir. Es la eterna guerra entre las dos Españas, la de Susana y la de Pedro, la que sale de vacaciones gastándose un dineral y la que los ve partir con tristeza y envidia en sus rugientes coches, la que quiere emplear a los desempleados en tareas ilegales y la que se ríe de tanto dislate.
Y mira que nos lo ha dicho Felipe González, el de las grandes frases tópicas, pero que tiene el acierto de pronunciarlas cuando hay que hacerlo: deberíamos centrarnos en las cosas importantes y darnos cuenta (esto lo digo yo) de que no tiene sentido traer a nuestro patio interior guerras políticas y sociales innecesarias, porque ya anda por ahí quien organiza guerras frías, y calientes, a gran escala. Y lo hace, ay, mejor.
fjauregui@educa2020.es
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