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(imágenes de un acto irrepetible, que cierra una era y abre otra)
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De todo lo que dijo el Rey en su discurso conmemorativo de los cuarenta años de la Constitución, esta fue la frase que me pareció más importante: “la celebración del 40 aniversario de nuestra Constitución nos sirve para poner de manifiesto que la España de hoy es muy diferente a la de aquel 6 de diciembre de 1978”. En efecto, pensé mientras escuchaba, desde el Congreso de los Diputados, a Felipe VI: resulta que ningún español que sea más joven de cincuenta y ocho años ha votado esta Constitución en aquel referéndum, ni, probablemente, entiende las circunstancias excepcionales que acompañaron su feliz nacimiento. Y este es un dato de excepcional importancia.
Por eso, el acto solemne en el Parlamento de este jueves, en el que vimos juntos a los Reyes y a los padres del Rey –no sé si correctamente llamados reyes eméritos–, además de a la princesa de Asturias ya la infanta Sofía,a los cuatro ex presidentes de Gobierno de la democracia vivos, a numerosos parlamentaros y ex parlamentarios, a los ‘padres de la Constitución’ que aún sobreviven, me pareció un acontecimiento irrepetible. Jamás se volverá a producir algo semejante, ni con esos protagonistas ni con muchos de ellos. Era claramente el momento que escenificaba el final definitivo de una era y el comienzo, por tanto, de otra. No sé si habrá un 50 aniversario de la Constitución. Pero, seguramente, no será con ‘esta’ misma Constitución., O reformamos la que ahora tenemos, para que perviva, o acabará siendo papel mojado y se diluirá como un azucarillo.
Me hacía yo estas reflexiones mientras escuchaba al líder del Partido Popular, Pablo Casado, decir que es contrario a cualquier reforma, ahora, de la Constitución, incluso admitiendo, como admite, que son necesarios algunos cambios en el texto de la Ley Fundamental. Me recordó a las posiciones algo inmovilistas de Rajoy. Y lo lamenté, porque creo que son muchas las cualidades que adornan a Casado como político y que es una apuesta importante para el futuro, una vez que superemos el caótico presente. Lo digo porque es preciso, al tiempo que contar con alguien que proclama la regeneración reformista que se va haciendo cada día más imprescindible a cortísimo plazo, mirar hacia alguna personalidad política que encarne la pervivencia de algunos valores de referencia que estamos perdiendo o difuminando.
Y ahí es donde entra el gran tema siempre soslayado, siempre presente sin que nadie lo cite. El tema Monarquía-República. No dejó de sorprenderme, por mucho que lo esperase, que los representantes de Podemos-IU llegasen este jueves a la celebración del aniversario de la Constitución parándose ante los periodistas para decirles, en términos bastante duros, que la Monarquía está acabada y que es necesario el advenimiento de una República.
Es, sin embargo, lógico y legítimo que lo expresen: como decía Voltaire, ‘yo, que aborrezco las ideas que usted expresa, daría la vida para que siga expresándolas libremente’. Confieso sentirme monárquico, pero muy crítico con muchas de las cosas que desde la Corona se hicieron en el pasado, en el remoto y en el inmediato, encarnado por Juan Carlos I. También soy constitucionalista, de ‘esta’ Constitución, y, quizá por eso, pido reformas a fondo.
Quiero un país libre de ataduras y diques en el que cada cual pueda decir lo que le dé la gana. Lo que me chirría es que, en el día en el que se celebra nada menos que el 40 aniversario de la Constitución, el principal, quizá el único, aliado que le queda al Gobierno de Pedro Sánchez –quien, recuerden, llegó al poder prometiendo fidelidad a esta Constitución, monárquica—llegue a la fiesta de celebración lanzando un misil contra la esencia de la Ley de Leyes y poco menos que proclamando la República desde los micrófonos de los medios situados a la entrada del edificio de la Cámara Baja, engalanada para la ocasión.
Por eso mismo digo, porque el ataque a lo que constituye una de las esencias de este régimen ha ido adquiriendo un volumen inusitado en cualquier otra conmemoración anterior, que algo hay que hacer para procurar que en la Constitución quepan todos. O los más posibles. Todos esos españoles que no la votaron, porque entonces no tenían edad, y que ahora constituyen mucho más de la mitad de la población de nuestro país.
Es urgente un acuerdo entre las fuerzas constitucionalistas, comenzando por la que hoy, desde una clara minoría parlamentaria, nos gobierna. Porque, simplemente vivimos un momento crucial para la pervivencia de este Estado, el que conocemos los que sí llegamos a votar la Constitución y el que han ido conociendo los que han venido tras nosotros. No basta con las palabras genéricas, bienintencionadas, del Rey apelando al diálogo en el conflicto y al respeto a la ley: se hace cada día más necesario dar un paso más, reformar, reformar, reformar, dentro del consenso más amplio posible. O, si no, esto acabará, no sé si bien o mal, pero acabará.
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