Mucho más allá del sondeo del CIS

Los sondeos son algo consustancial a una campaña y así debería entenderlo el legislador cuando mantiene la absurda prohibición de publicarlos –¡en estos tiempos de Internet!—desde una semana antes de las elecciones. Porque, cuanto más cercana a la corrida a las urnas, más fiabilidad tiene la encuesta. Que no digo yo que la tendencia que nos muestran el CIS y los demás trabajos demoscópicos sean cosa despreciable: ni mucho menos. Parece hoy claro quién ganará, pero mucho menos con quién gobernará quien gobierne. Lo que ocurre es que la campaña tiene otros perfiles, quizá más importantes que los vaticinios de los encuestadores: los debates, por ejemplo. Y, sobre todo, los programas. Ay, los programas.

 

Que a estas alturas no sepamos aún si habrá debates, quién debatirá con quién y dónde –de infarto para los programadores de las teles–, no deja de ser otra anomalía. Ahora todo depende de lo que se decida en un despacho de Ferraz. O de La Moncloa. Pero le guste a o no al presidente Sánchez debatir con Pablo Casado, o con Vox, creo que debería ser obligado por aquello de que el elector acuda lo más esclarecido posible a depositar su papeleta de voto. Pero eso, ay, no importa mucho en las estrategias al uso en este país nuestro, instalado en una larga crisis política que ya afecta a la pureza de la democracia.

 

Tome usted los programas que se han presentado, por ejemplo. En su día achaqué el del PSOE la falta de atención precisamente a esa profundización en la democracia: ni referencias verdaderas a reformas (totalmente necesarias, si no queremos que nuestra ley fundamental languidezca) en la Constitución, ni en la pésima normativa electoral que padecemos, ni desbloqueo de candidaturas, ni limitación de mandatos, ni meter el bisturí a fondo para una reforma de las administraciones…Nada, o casi nada. Y nada, o casi nada, de todo ello encontramos en los programas del PP, de Ciudadanos y de Podemos. De Vox ya ni hablo.

 

Cierto, hay avances interesantes en todos –todos—los programas que hemos podido conocer, acaso no en total profundidad. Otros puntos son discutibles: hay que saber qué Estado autonómico queremos de una vez, tras cuarenta años disfrutándolo y/o sufriéndolo, y eso incluye el espinoso tema catalán. Tenemos que determinar qué sistema educativo regirá a nuestros hijos y nietos y biznietos. Y cómo, a través de qué sistema de pensiones, por qué vías fiscales, haremos un país más justo, equilibrado y equitativo. Una suma de lo mejor de todos los programas presentados no arrojaría, me temo, ideas verdaderamente nuevas, ni posibilidades de un gran acuerdo, sobre ninguno de los temas que acabo de apuntar. Y eso, cuando estamos ya de lleno en lo que algunos llamamos una segunda transición, me parece grave.

 

Las encuestas son lo coyuntural: mueren el día de las elecciones por la noche. Incluso lo que los ciudadanos prefieren, según los sondeos, en cuanto a alianzas políticas quedará deshecho, en función de los resultados, el lunes 29 de este abril: entonces, mucho de lo dicho y prometido quedará obsoleto. Dentro de veinte días. Pero las ideas renovadoras, regeneracionistas, permanecen como una promesa de actuación futura. Y, tengo que repetirlo, veo y escucho muy poco de esto en esta larrrrga –y poco consistente– campaña que oficialmente no comienza sino a las 24 horas de este jueves. Así estamos.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *