Nadie es como Nadia

Perdón, en primer lugar, por el mal juego de palabras: no hay nadie como Nadia, Calviño por supuesto, para llevar las riendas de la complicada economía española. Y pido disculpas también, en segundo lugar, porque confieso que escribo aún sin confirmar el ‘ascenso’ (¿lo es?) de la todavía vicepresidenta primera del Gobierno de Pedro Sánchez a la presidencia del Banco Europeo de Inversiones. Pero sí estoy seguro de que ella no continuará, en todo caso, mucho más tiempo en un Gobierno en el que su contencioso con la vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, es un clamor que pienso que de ninguna manera quiere Sánchez que llegue a ser algo semejante a aquella pelea –eso era– entre las dos ‘damas de hierro’ que sustentaban el equipo de Mariano Rajoy. Calviño no se va, ya se ha ido, porque no se puede pensar en el objetivo de déficit español, o en la subida del salario mínimo, y al tiempo estar pendiente del ajuste de las reglas fiscales europeas, además de soñar con un super-despacho en Luxemburgo, lugar quizá aburrido, pero sólido y rentable.

Así que las quinielas vuelan como drones sobre nuestras cabezas: ¿quién heredaría el superministerio económico que, la verdad, tan bien, aunque con altibajos, desempeñó (en puridad, desempeña) Nadia Calviño? No quiero entrar en la rumorología, aunque piense que la mejor sustituta de la vicepresidenta primera sería la vicepresidenta tercera, que es figura sólida; pero sí quiero constatar que su sustitución no va a ser fácil, porque, una vez más, como en toda coalición, habrá que contentar también las ambiciones de los coaligados, y doña Yolanda Díaz ya ha demostrado tener ímpetu y ambición más que suficientes como para intervenir en cuestiones económicas que vayan más allá del Ministerio de Trabajo de su competencia.

Lo que nos lleva a una conclusión: el Ejecutivo tiene ahora al menos semi-paralizada la proyección económica, en momentos en los que se debate, entre otras cuestiones clave, sobre los gravámenes a las energéticas, con la banca dispuesta a tomar el relevo en las protestas contra los ‘impuestos especiales’, tan caros a Sumar, pero de los que Sánchez parece estar empezando a arrepentirse ante la presión de las grandes compañías.

Nadia Calviño, gallega como Yolanda Díaz, hija de alguien a quien conocí bastante, el ex director de RTVE José María Calviño, y que se ha resistido a firmar la militancia formal en el PSOE, quizá porque ya entonces pensaba que un carnet de partido conviene poco para llegar a más altos destinos europeos, ha sido uno de los principales sustentos de Pedro Sánchez en su agitada trayectoria de cinco años (y medio) de gobernación. Ha encarnado la moderación de las reglas económicas ortodoxas frente a los desequilibrios de Pablo Iglesias y frente al tono constantemente reivindicativo de Yolanda Díaz. A veces me recordaba a las tensiones, allá por los finales de los años ochenta, entre Alfonso Guerra y Carlos Solchaga, dos planteamientos económicos opuestos, que al final siempre ganaba el ‘conservador’ Solchaga, hasta que ambos acabaron, por distintas razones, fuera del Ejecutivo.

Pienso que la refriega global la ha ganado la representante de Sumar, que, hasta ahora, ha salido vencedora en todas las batallas, incluyendo la dada contra su mentor Pablo Iglesias y contra Podemos, en general. Hace tiempo que me parece que Calviño, sin un partido tras ella, lo había entendido, sin que pareciese importarle demasiado, porque su mente estaba, posiblemente, en otra parte. Pero, claro, su marcha deja al descubierto que la formación de este no tan nuevo Gobierno está llena de deficiencias, comenzando por la ‘tricartera’ otorgada a una figura por otro lado tan valiosa como Félix Bolaños. Creo que este no es el Ejecutivo mejor alineado para afrontar los tiempos de cambio, en todos los órdenes, que nos vienen. Quizá Sánchez debería repensarse el organigrama de su equipo, aunque, a estas alturas, ya no creo que lo haga; quién sabe con el hombre más imprevisible de Europa.

Y es evidente también que, si Sánchez quiere sobrevivir a esta Legislatura, tendrá que dejar las cosas muy claras en el ámbito económico, y no solo en este, frente a las pretensiones de Sumar. Calviño era, es, un baluarte clave en la Unión Europea, de la que tanto dependemos. Sánchez tendrá que encontrar, para reemplazarla, a alguien que se mueva bien en los pasillos de Bruselas, de Estrasburgo y de Luxemburgo, que tenga un trato fluido con Lagarde y con Luis de Guindos, con la Comisión y con el Consejo. Y tendrá que dejar muy claro cómo se deslindan las competencias de cada miembro del Consejo de Ministros, donde no puede haber una economía ‘de derechas’ frente a otra ‘de izquierdas’. Felipe González, que sufrió este contencioso en su equipo, podría, con su experiencia, dar una conferencia al respecto –si es que le escuchasen–, avisando de que todo esto es, simplemente, poco operativo. Y no es, la inoperatividad, lo que los españoles necesitamos precisamente.

 

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