Nadie tenía plan B; volvamos al A


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(Manifestación blanca, manifestación rojigualda; da igual el color, en Barcelona o en Madrid, es hora de guardar las esteladas))
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Mariano Rajoy no tenía plan B. Lo demostró en su salida a los medios en la noche del domingo, y lo reiteró en una entrevista esta semana: su plan B era en realidad el plan A. Es decir, que Puigdemont se eche atrás en su proyecto de declarar la independencia para evitar males mayores. En la Generalitat se lo tomaron como una amenaza, como pensaron que el tono muy serio y sin paños calientes del mensaje del Rey era –y era—toda una admonición; ¿cómo hablar de diálogo con quien quiere acabar con el Estado?

Pero Puigdemont tampoco tenía, ni tiene, plan B: aseguraron, él, Artur Mas y Junqueras, que las empresas y los bancos no se irían de Cataluña ante una declaración de independencia, y resulta que a los ‘grandes’ empleadores les ha faltado tiempo para anunciar que se largan. Lo mismo que los países de la UE que, según la Generalitat, iban a apoyar el golpe: no quieren saber nada de lo que está pasando. Cataluña se quedaría sin bancos y sin Europa.

Así que el molt honorable president de la Generalitat y su camarilla, una vez más descubiertos en sus mentiras, tendrán que regresar al plan A. Es decir, a aplazar la decisión última, lo que equivale, en la práctica, a desistir de los planes primigenios, que ya veremos cómo lo justifocan. O, en caso contrario, si deciden sostenella y no enmendalla, tendrán que afrontar todos los males del infierno, comprobarán que la población que alegremente se unía a la fiesta el pasado domingo se les vuelve en contra y que las banderas rojigualdas sobrepasan en número, en las calles de Barcelona, a las esteladas, que van a dejar de estar de moda.

Quiero ser optimista y pensar que algo de raciocinio queda en las mentes de los okupantes de la Generalitat. No solamente España entera se les echa encima; es que va a acabar ocurriendo lo mismo con toda esa Cataluña partidaria del ‘no’ a la secesión –aunque esté indignada, y con algo de razón, por los procedimientos ‘de Madrid’–. La mayoría silenciosa, de la que inexplicablemente formaba parte también la elite económica, va a dejar de ser tan silenciosa y va a gritar su indignación ante la chapuza, la falsedad –maadre mía, menudo recuento de los votos del domingo—y la falta de escrúpulos democráticos con que ha sido llevado todo el ‘procés’. En algún momento pensé que Junqueras tenía más cerebro que Puigdemont, lo que no era difícil; ahora me reafirmo en mi vieja tesis de que Esquerra Republicana de Catalunya sigue siendo la gran culpable de todo lo peor que le ha ocurrido a Cataluña en el último siglo. Y, encima, ahora todavía –todavía– en alianza con la CUP, formación a la que no dedicaré más comentarios que este: la FAI hundió cuanto encontró a su paso y, valga el juego de palabras, pasó lo que pasó.

Por favor, recuerden lo ocurrido en 1934. Se confían en que la democracia española no tiene un general Batet –afortunadamente—y puede que ni siquiera se atreva a mandar un tiempo a la cárcel a Puigdemont, que tantos méritos está haciendo para ello. Pero que tengan cuidado con el hartazgo de las masas, que no se rebelan solamente, algo obcecadas por la indignación con el sistema, para votar ‘si’ al Brexit, o a Trump, o a un proyecto de independencia que, ya digo, no tenía plan B y sí muchos camelos. Creo que, en las próximas horas, vamos a ver grandes concentraciones de banderas rojigualdas que no van a ser, por mucho que algunos se empeñen, manifestaciones de ‘fachas’; quizá una de las pocas cosas que tendremos que agradecer a estos golpistas de pacotilla sea haber recuperado una bandera que hasta ahora era casi sinónimo de ultraderecha. No puede haber tanta ultraderecha en tantos balcones con la enseña nacional desplegada, digo yo: se sabría.

Y ese, el de una sociedad civil que por fin empieza a tomar conciencia de su fuerza, es, en realidad, el plan B que los políticos, para los que la gente es siempre un elemento secundario, no habían tenido en cuenta.

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