Ni un mes llevan y ya ve usted…

La democracia, dicen los manuales políticos, debe ser aburrida. Tranquila. Procurando la confianza de los ciudadanos en sus representantes. O sea, justo lo contrario de lo que está ocurriendo hoy en España, donde el Gobierno acaba de cumplir sus primeros quince días de mandato efectivo procurándonos un sobresalto diferente cada jornada, de manera que la anormalidad de un día hace olvidar la del día anterior. Y no, esto no es precisamente sinónimo de esa paz y calma que la ciudadanía podría exigir que le procuren aquellos a los que vota y a los que paga sus salarios. Ni un mes lleva el Ejecutivo pilotando, es un decir, la nave del Estado. Si todo sigue a este ritmo, ¿qué valoración estaremos haciendo cuando se cumplan los famosos cien primeros días tras los que asegura la tradición que ya se puede enjuiciar la labor de un nuevo elenco gubernamental?

Lo menos que se puede decir de Pedro Sánchez es que no se ha quedado ocioso en su arranque de Legislatura, lo cual, en estas circunstancias, ni siquiera estoy seguro de que sea un elogio. Ha entrado en combate en el terreno, que teóricamente debería ser a consensuar, de la educación –pin parental–; en el no menos necesariamente ‘pactable’ de la política exterior –hay que ver la que se ha montado con Venezuela, en sus diversos episodios—;y en el de la integridad territorial: ver entrar en el Parlament catalán a Junqueras y otros seis presos por golpismo, para ‘debatir’ allí la aplicación del artículo 155, tras una jornada parlamentariamente caótica como la de este lunes, era un foco de meditación. ¿Hacia dónde va Cataluña?¿Se está enterando el Gobierno central de la deriva hacia la que se dirige una de las autonomías más importantes de España?¿Se está haciendo algo, al margen de barnizar la ‘mesa de negociación’?

Para mí, lo más grave de lo que ha ocurrido en estos quince días casi de pesadilla –el insomnio anunciado certeramente por el presidente Sánchez, supongo– es el grado extremo de confusión en la que parecen vivir los ciudadanos, que cada día se desentienden más de la cosa pública, sin que tampoco la oposición, como ausente, sea capaz de avivar esos rescoldos. La palabra de nuestros políticos, en general, y del Gobierno –cuánto daño está haciendo el absurdo ‘caso Abalos’—en particular, tiene una credibilidad cero, y me temo que ese descrédito, esa inseguridad jurídica, se extienden a los ámbitos internacionales.

En este marco, el Legislativo inaugura temporada el próximo día 3 sin que Esquerra Republicana de Catalunya, que constituye el soporte del gobierno central de coalición PSOE-Unidas Podemos, se plantee siquiera asistir, en señal de protesta por la presencia del jefe del Estado, es decir el Rey, en tan importante acto institucional. El poder judicial aparece fragmentado, desalentado, con su mandato sobrepasado ya en un año y dos meses: ya casi ni nos acordamos de quién ha sido designada nueva fiscal general del Estado y de la subsiguiente, parece que efímera, polémica por esta cuestión.

Y, en el Ejecutivo, los ministros ni se atreven a comparecer ante los medios, que invariablemente les preguntan por ‘el caso Abalos’, el ‘caso Jordi Sevilla’ –muy sintomático, por cierto–, los intentos de ‘reforma exprés’ del Código Penal, presuntamente para favorecer al mismo Junqueras… O sea, preguntas incómodas, claro. Para no hablar de cuando los dichosos periodistas acuden a las hemerotecas, para insistir en aquello de que, donde dije digo, ahora digo Diego, o dogo, o daga.

Sí, la meditación de este martes se centraba en la figura de Oriol Junqueras, quien, abandonada temporalmente la prisión, era la ‘estrella’ de la sesión ‘propagandística’ en un Parlament llevado al paroxismo por quien más debía mantener el orden, es decir, ese señor Torra, president de la Generalitat, con quien a saber si Pedro Sánchez acabará a o no entrevistándose, dado que nadie sabe cuál es su situación legal una vez inhabilitado por el Tribunal Supremo. Increíble, pero, ay, muy cierto.

Podríamos seguir con el conjunto de medidas con el que el Gobierno ha tratado de imponer una ‘agenda normal’: desde la celebración de los consejos de ministros los martes hasta la nueva regulación de las pensiones, el salario mínimo y otras medidas que no ‘cuajan’ en la opinión pública ante el conjunto de los hechos inéditos, en España y en cualquier país de Europa, que cada semana jalonan nuestro zigzaguear político. No, la democracia española no es precisamente aburrida. Y yo, en lo personal y hasta en lo profesional, no me alegro nada, pero nada, de que esto esté tan…¿divertido? Ni un mes llevan.

fjauregui@educa2020.es

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