Anoche, una telespectadora del programa ‘Veo TV’, en el que yo participaba, dijo que yo había cambiado desde mis primeras intervenciones radiofónicas, no hará de eso menos de veinticinco años. Puede que haya cambiado: todos lo hacemos en un cuarto de siglo, y agradezco a la señora –cuyo nombre no me dieron– que me haya seguido tan fiel, aunque críticamente. Dijo que yo me había ‘moderado’. No sé si lo dijo para bien, pero pienso que moderarse no es malo. Tampoco sé si ello significa volverse más conservador o lo contrario. Aunque no sé si estoy en ello tan de acuerdo: a veces, el espectáculo de ineficacia, egoísmo y estupidez que nos dan nuestros políticos me crispa, lejos de moderarme. Otras veces confieseo que no entiendo a nuestros gobernantes, en concreyo a estos gobernantes, que nos presentan el ‘plan de las bombillas’ como solución al derroche energético, que nos tratan como menores de edad a la hora de darnos explicaciones y como muy mayores cuando se trata de hacernos pagar impuestos o de meternos en la cárcel por habernos excesido en la velocidad de nuestro automóvil, velocidad que de todas manera va a sufrir nuevas limitaciones legales para ahorrar combustible, ya no por seguridad.
No entiendo que nos venga el ministro descorbatado –aunque encorbatado en esta ocasión– a decir que la solución está en el reparto de unas bombillas de bajo consumo, o en instalar unos semáforos ahorradores. Puede que todo ello, como los coches eléctricos, sea muy útil, pero las medidas que nos muestran son un conjunto de parches, con muy escaso orden y menos aún concierto. Así no atajaremos, desde luego, la crisis económica, y ni siquiera lo veremos más claro, con esa bombilla-regalo de baho consumo y pequeña potencia. La linterna de Diógenes era más útil.
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