A los periodistas nos encanta hablar de periodistas, de modo un tanto ombliguista no pocas veces, lo confieso. Pero hay ocasiones, entiendo que como la de hoy, en las que conviene hablar de nosotros mismos, de lo que nos pasa y de lo que nos hacen pasar. Y de lo que hacemos pasar a otros. Sí, hablo, por ejemplo, de Miguel Angel Rodriguez, que es bastante más que un jefe de Gabinete de la presidenta de la Comunidad de Madrid, como fue algo más que un portavoz en el Gobierno de José María Aznar. Le confieso a usted que he dudado bastante antes de escribir este artículo, pero…
Pero hay momentos en los que callar es más difícil que hablar. Asisto a una auténtica lapidación de MAR con motivo de algunos mensajes que él ha enviado a compañeros periodistas, sin duda inconveniente y equivocadamente; pero detesto los fusilamientos al amanecer y los juicios sumarísimos que tantas veces corresponden a campañas instadas ‘desde arriba’.
Conozco a MAR desde hace cerca de cuarenta años, conozco sus excesos impulsivos y discrepo de muchas de sus actitudes. Pero también he de decir que es uno de los mejores ‘jefes de prensa’ que he conocido: responde a las preguntas con celeridad y es, sin duda, un eficaz responsable de comunicación al servicio, claro, de sus jefes, de su jefa en este caso. Pero también nos es útil a los profesionales que, al margen de la emotividad de la fuente, tratamos de buscar información. Porque, al margen de cómo y cuánto lo haga, nos la suele dar, creo que sin discriminaciones. O sin demasiadas discriminaciones al menos.
Creo que el ‘caso MAR’ hay que enmarcarlo no tanto en las presuntas actividades delictivas del novio de Isabel Díaz Ayuso, en las que, por desconocimiento, no entro –por cierto, no entiendo que, cada vez que a Pedro Sánchez la oposición le pregunta algo en el Congreso responda pidiendo la dimisión de la presidenta de la Comunidad de Madrid–. sino en la ‘guerra política’ que no pocas veces nos salpica, quién sabe si por voluntad propia, a los profesionales de la información. Siempre en riesgo de que nos sitúen en la ‘fachosfera’ o en ‘pesebristas del sanchismo’. O en ambas cosas a la vez, en función de hacia dónde se incline nuestra información o nuestra opinión en según qué casos y qué días.
He de decir que las fuentes, esos políticos que te dan o te niegan la noticia y hasta el dato, son generosas o rácanas según la consideración que les merece el posicionamiento que atribuyen al periodista o/y a su medio. Hay ministros que, simplemente, te niegan el pan y la sal porque, con o más bien sin fundamento, te sospechan, porque les conviene, aliado del ‘otro lado’. Y, en el otro lado, no diré yo que ocurra lo mismo, porque no ocurre, pero a veces te puedes sentir verdaderamente incómodo porque no compartes determinadas demasías de las que quieren hacerte cómplice.
Y lo que estoy afirmando es que, con todo, MAR al menos no discrimina: está ahí y da la cara, habla con todos porque es su obligación. No trato de defenderlo, aunque tantos años de contacto profesional han generado algo semejante a la amistad que puede existir entre un periodista que se quiere ante todo independiente y un portavoz que, por supuesto, sirve a quien sirve. Simplemente, quisiera situar las cosas en lo que, en mi subjetividad, considero su justo término. Ni un ángel ni un diablo, ni un benefactor de la humanidad ni el delincuente en que quiere convertirlo algún colega exaltado y que es el que me ha decidido a escribir este comentario.
Vivimos, sí, momentos en los que la verdad no es precisamente la virtud más apreciada en los ámbitos políticos. Será que, en las guerras, y aquí hay una auténtica guerra entre al menos dos Españas, la primera víctima es siempre la verdad. Y nosotros, los pobres periodistas, olvidando la humildad aconsejable en nuestra función, nos dejamos, encantados por el fragor de la batalla y porque a veces nos pasan la mano por el lomo, arrastrar en las pendencias de banderías y facciones, compartimos sin más insultos chabacanos y acusaciones con dudoso fundamento que se lanzan de bando a bando.
Por eso digo que lo de MAR no es sino un síntoma, un síntoma más de que algo marcha bastante mal, y no solamente en los a veces zafios escaños de los políticos, sino ocasionalmente en nuestras propias casas, en las que acaso tengamos que barrer algunos polvos que acabarán, si no, convirtiéndose en lodos. La autocrítica, la mesura y la transparencia que pedimos a otros también ha de alcanzarnos a nosotros.
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