Acabo de ver la encuesta del CIS según la cual a la mayoría de los españoles le parecen bien las medidas anti tabaco. Eso sí, nadie cree que la nueva ley vaya a cumplirse. Y bastantes, fumadores o no, o mediopensionistas (como es mi caso, que de cuando en cuando me echo al cuerpo un purito), piensan que hay un exceso de radicalismo autoritario en una ley imposible de fiscalizar. ¿Quién va a impedir que una persona se fume un cigarrito en su despacho?¿Quién va a cerrar un bar donde se juega al mus entre humo?¿Quién controlará que en una boda el padre y padrino reparta habanos? ¿Y los toros?¿Qué son los toros sin un farias? Soy el primero en reconocer que el tabaco es malo, que somos unos idiotas consumiendo un producto en cuya caja se nos advierte que lo de dentro nos matará. Pero los hábitos sociales no se modifican entre el 31 de diciembre y el 1 de enero. Estamos en una sociedad en la que se nos vigila qué hacemos al conducir, qué hablamos por el móvil, qué música ponemos en nuestras fiestas (ay, la SGAE…), qué hacemos en nuestros ocios, qué hablamos los periodistas con los empresarios. Lo siento, pero tengo la sensación de que se atenta contra nuestra libertad con muy malos humos, y eso va contra la bondad de las leyes bienintencionadas como la de la ministra Salgado.
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