Cuando falta un mes menos un día para que se cumpla el plazo terminante sin haber llegado a una investidura del presidente del Gobierno y dar paso, por tanto, a una nueva convocatoria electoral, tengo la impresión de que aumenta la preocupación en una España habitualmente alegre y confiada, sobre todo en estas fechas veraniegas. Porque la verdad es que, acumulados los datos en la mesa de trabajo del comentarista, no faltan motivos para la inquietud y, sin pretender cargar las tintas, yo diría que hasta para la alarma.
Encaramos la recta final hacia el desastre sin saber aún si el jefe del Estado convocará en estas tres próximas semanas una nueva ronda de consultas de cara a la investidura, una vez que parece improbable, y además poco deseable, que se consolide la alianza entre dos cada día más extraños compañeros de cama como son el PSOE y Podemos. Formación esta última que se encuentra de alguna manera involucrada con los grupos anti-cumbre del G-7, que es la de los principales países del mundo y a la que ha sido invitado ese mismo Pedro Sánchez que me parece que aún aspira a ser apoyado en su investidura por quienes, bordeando el sistema, boicotearán esta reunión de Biarritz. Y, además, lo harán lanzando ataques, desde el independentismo, contra el ‘Estado español’. Y, claro, contra la forma monárquica de ese Estado, España.
Que la Corona ha sufrido un desgaste en los dos últimos años de acción independentista –y de Podemos—me parece una evidencia, agravada por una Constitución que, ya en su artículo 99, ofrece un escaso respaldo a la figura del Rey. Cuya ausencia vacacional de España al menos hasta este viernes, aun cuando este sábado operan a su padre en una intervención cuyo alcance no ha sido desvelado, no deja de contribuir a la sensación de que no es precisamente la normalidad lo que prevalece en nuestra política. Creo, en todo caso, que no tardaremos mucho en conocer lo que hará el jefe del Estado en orden a procurar una investidura, evitando la repetición de elecciones, que el propio Felipe VI consideró la opción menos deseable.
Y eso es lo malo: que el Monarca puede hacer muy poco, según lo que dictamina la Constitución, que sin duda no estaba preparada para los trances políticos que vivimos ahora. No parece aconsejable que el jefe del Estado propicie una nueva sesión de investidura si no existe una certeza razonable en que de esta sesión saldríamos con un presidente del Gobierno consolidado. Y esta certeza, por los indicios que acumulamos, está muy lejana, básicamente por el empecinamiento de nuestros representantes en no hacer las cosas como parecería lógico hacerlas.
Así que quizá debamos prepararnos para seguir unos meses con un Ejecutivo en funciones, que evidencie la falta de coordinación, de transparencia y de acierto que se está mostrando en casos como el del Open Arms –la voz cantante la ha llevado siempre Oscar Camps, y no la portavocía del Ejecutivo—o en el de los rumores de recesión de la economía mundial, por poner apenas dos ejemplos. Hay varios ministros ‘quemados’, otros que piensan en más altos destinos y algún otro que se desespera porque, en estas circunstancias, no se puede hacer más que aguardar el ‘veredicto’ de Pablo Iglesias en cuanto a la investidura y lograr un cierto apoyo de los independentistas para que Pedro Sánchez se asiente en La Moncloa de una manera estable. Largo y complicado me lo fiais.
No, no cabe un Gobierno ‘a la portuguesa’ porque, afortunadamente para ellos, y por mucho que alberguen al último partido estalinista de Europa, los vecinos del Oeste no tienen los problemas ‘antisistémicos’ que aquí nos aquejan. Ni cabe albergar esperanzas de entendimiento con Ciudadanos, al menos mientras Albert Rivera sea quien dirija este partido con una estrategia cerrada de ‘no es no’. Solo cabría mantener el utópico rescoldo de que una gran coalición, que alentase reformas de calado durante una Legislatura abreviada, nos sacase de este atolladero, que cada día se asemeja más al caos italiano. Y no, no podemos ser Portugal, pero me parece que tampoco nos conviene nada ser como la Italia de Salvini y Berlusconi (entre otros). Y por lo visto tampoco podemos, y no se entiende por qué, ser como Alemania, que sería la gran opción.
Si ha conseguido seguir leyendo hasta aquí, dígame usted si no hay motivos para una cierta angustia. Y, por favor, no me llame alarmista porque no vea luz al final del túnel. Por lo visto, no la hay, ay.
fjauregui@educa2020.es
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