Dice mi amiga Curri Valenzuela en su columna de hoy de ABC que España solo tiene héroes de domingo; se refiere a la seleción de futbol, a Nadal, a Contador –cada día entiendo menos y me me apasiona menos el ciclismo–, a Alonso, a los de las motos…Llevo mucho tiempo en desacuerdo con ella; también en esto. España está llena de héroes anónimos cotidianos, que sufren la rebaja dramática de sus ingresos o el padecimiento atroz del paro, o que aguantan sus empresas contra viento y marea, o siguen de autónomos en condiciones cada día más difíciles –sé bien lo que digo–. En suma, hay una sociedad civil callada, que no sale a la calle más que cuando gana ‘la roja’, que calla, trabaja y sufre. No quiero hacer épica: conozco bien los defectos colectivos de unos españoles excesivamente acostumbrados a la comocidad y al bienestar que ya nunca –o hasta dentro de mucho tiempo– será igual. Pero ahí están, esos millones de personas que se esfuerzan por sobrevivir, que han aceptado sin traumas a cinco millones de inmigrantes en menos de quince años, que han asumido cambios tremendos sin por ello provocar revueltas ni traumas. Me dirás que somos un pueblo pastueño, acomodaticio, cobarde, materialista. Y tendrás razón, pero ¿no es acaso esa la condición humana?¿No son la pereza, la ambición, la competetividad, la incultura, el miedo, elementos motores de la humanidad, como decía Pompidou?
No, Curri, no; los que ganan las copas deportivas están apoyados por masas de gente que les sigue, les apoya, contribue a financiarles. Los éxitos deportivos de un país son parte de un gran país, y España lo es. Cierto: no tenemos premios Nobel, ni intelectuales del suficiente prestigio –y a las figuras señeras que tenemos, como José Luis Sampedro, o las figuras historicas, como Enrique Múgica, las malbaratamos; ¿no murió acaso Ruiz-Giménez en el olvido?–. Ni ministros de altura –en fin, la clase política, ya digo–. Pero tenemos esa sociedad civil admirable, esa juventud a la que sus padres pagamos los Erasmus y que está tan preparada, o tan mal preparada, como la de cualquier otro país motor de Europa. Y es esa juventud que este verano se marcha a recorrer los caminos europeos la que va a exigir una mejora en la clase política, en la empresarial, en la eclesiástica –si cabe–. Y en la periodística, desde luego.
Hay que tener esperanza, fe y vista más allá del manillar de ese chico admirable de Pinto que se llama Alberto Contador.
Conozco los defectos genéricos de los españoles, acostumbrados
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