El oficio de leerse hasta veinte periódicos (papel y digitales) los domingos se adensa: cada vez te ocupa más horas. Y es que la política se va haciendo decididamente inextricable: no hay más que ver la disparidad de versiones acerca de por qué y cómo llegó Pedro Sánchez a la decisión de reformar la sedición en el Código Penal, que amenaza con ser el gran tema polémico de una semana (más) llena de eso, de polémicas. ¿Quién es el malo y el bueno de la película? Hay que leer varios diarios, hablar con mucha gente, para hacerte una idea cabal, y ni aun así sabrás quién desencadenó la furia de los astros en esta endiablada historia, que, lo prevengo, mañana será sustituida por otra aún más endiablada.
Hay quien achaca a la ‘intransigencia’ de Núñez Feijóo la ‘precipitación’ en lanzarse a reformar la sedición por parte de Sánchez (actuando siempre de acuerdo con Esquerra, o sea, con Pere Aragonès, o sea, con Junqueras). Y hay quien, argumentándolo en los wasaps que se cruzaron los negociadores para renovar el Consejo del Poder Judicial, es decir, Félix Bolaños y Esteban González Pons, asegura que fueron las ‘mentiras’ del Gobierno respecto a sus planes sobre la sedición las que rompieron el principio de pacto entre PSOE y PP para arreglar de una vez el embrollo en el que estamos metidos con el tercer poder –es un decir–, el de los jueces.
La verdad es que ni los ‘populares’ han estado demasiado finos en este asunto –a ver cómo se justifica Feijóo en su discurso de este lunes ante su ejecutiva– ni, por supuesto, los monclovitas han sido demasiado claros, ni demasiado veraces, en su negociación con el otro partido nacional. Me temo que ha habido mucha mayor sinceridad y transparencia en los contactos gubernamentales con Esquerra que con el PP. Y así andamos ahora, rota cualquier posibilidad de ese acuerdo transversal que muchos, que recordamos con nostalgia aquello de los pactos de La Moncloa, añoramos hoy para este país.
Pues eso, que así vamos: con acusaciones cruzadas a ver quién es el bueno y el malo. Hay un diablo por medio, pero no se sabe si tiene color rojo o azul. O morado, que es una mezcla de ambos. Y ya que hablamos de González Pons, ese personaje fascinante, presunta fuente de no pocas filtraciones, que ocupa una vicesecretaría general en el PP y es el negociador fundamental de ese partido, saco a colación un libro por él escrito y aún no llegado a las librerías en el que habla del ‘escaño de Satanás’. O sea, el diablo en el Congreso de los Diputados.
No sé, porque no lo he leído, si el provocativo libro es apenas una mera ficción o tiene algo de diatriba, pero, desde luego, las invectivas luciferinas se cruzan, y más que se van a cruzar esta semana, de lado a lado del hemiciclo. ¿Es Pedro Sánchez el maligno? ¿Feijóo, que no tiene escaño pero está representado por Cuca Gamarra, a la que Peridis dibuja siempre iracunda? ¿Pablo Iglesias desde su escaño de outsider? ¿Yolanda Díaz en la versión odiadora de la ahora ausente Belarra? ¿Abascal con su puntiaguda barba algo satánica? ¿La portavoz de Bildu? ¿Esa diputada arriscada de la CUP, que siempre parece estar contra todos, llamada Mireia Vehí? ¿Quizá todos son un poco diablo y algo menos ángel?
Yo diría que lo que está resultando propio del Averno es la situación política en general, que nos lleva a esas dos Españas que han de helarnos, o calentarnos en el ‘inferno’ del Dante, el corazón. Comienza la recta final hacia la aprobación por trámite de urgencia de la reforma del Código Penal. Y, casi en paralelo, demostrando que sí hay connotaciones entre una cosa y otra, la aprobación de los Presupuestos (y de las peculiares leyes de acompañamiento, que nada suelen tener que ver con los datos de los Presupuestos y sí mucho con escapes por puertas traseras). Ambas cosas las tiene garantizadas Sánchez, que seguramente intensificará, sin que Puigdemont ni la sedición sean ya un problema, la actividad de la Mesa negociadora, que hasta ahora ha sido más bien un teléfono rojo entre Aragonés y el presidente del Gobierno central (porque Junqueras asegura que no tiene contacto con Sánchez, vaya usted a saber).
Sí, nos vamos, ay, a divertir, al menos quienes nos encargamos de contar y analizar estos desvaríos de la política patria, de aquí a la Navidad. Van a pasar muchas cosas en lo que nos resta de año, y no digamos ya en un 2023 que viene, ay, repito, no poco agitado, como advierten todos los profetas del futuro inmediato. Que se enciendan, en fin, las luces festivas –iré a Vigo, capital mundial de la luz, según su alcalde, para contemplarlo– y olvidemos que el diablo anda suelto; pero andar, como las meigas, vaya si anda.
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