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(¿qué es el caos? El caos eres tú)
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Se preguntaba una alta funcionaria de la Organización Mundial de la Salud por las razones por las cuales España tiene muchos más rebrotes de coronavirus que los restantes países europeos y concluía que la Organización era incapaz de hallar las razones. Será, claro, que en la OMS no entienden de políticas desacertadas ni el verdadero sentido ‘a la española’ de la palabra ‘caos’. Que, por cierto, está siendo la más repetida en conversaciones y titulares en las últimas horas.
Escribo desde este Madrid que no me atrevería a llamar del todo confinado, pero sí desconcertado, temeroso, incluso angustiado ante lo que pueda depararnos el regreso a la ’normalidad laboral’ en esta semana de restricciones y de vigilancias policiales. ¿Por qué Madrid está a la cabeza de casos de infección en esta España que lidera tales casos en Europa? Yo diría que hay que acudir a la política –sí, a la política—para intentar una respuesta. Porque la política influye sobre todas las cosas; para bien cuando las cosas se hacen bien, y lo contrario cuando se hacen mal. Y aquí, en Madrid –y en el conjunto de España, que nadie se quede sin su atribución de culpas–, las cosas se han hecho obviamente mal. El desbarajuste de órdenes y contraórdenes ha derivado en que las gentes no sabían bien si podían salir de casa y hasta dónde estaban autorizadas a viajar, si tenían que ir a cenar a un restaurante casi a la hora de la merienda y si su bar favorito estará ya cerrado temporalmente o para siempre y el tabernero, en el paro.
Me niego a participar en el debate, muy de moda en la capital, sobre si las culpas deben achacarse a la presidenta de la Comunidad, Isabel Díaz Ayuso, o al Gobierno central de Illa-Simón. Creo que ambas partes son culpables de ese tan repetido caos. Pues claro que no es verdad, contra lo que tantas veces nos dijo Pedro Sánchez, que el Gobierno haya actuado de forma modélica: ahí están los resultados desde que el presidente, 7 de julio, declaró vencido, cautivo y desarmado al ejército rojo de la pandemia y nos animó a salir de juerga.
Ni tampoco el Gobierno de la Comunidad de Madrid se ha lucido, claro. Han antepuesto la lucha política a la batalla contra la pandemia, lo mismo que el extinto Torra antepuso el ‘procés’ independentista al bienestar sanitario de los catalanes. Y entonces, cuando se distraen las fuerzas en pugnas ajenas al verdadero enemigo, que es el Covid 19, las gentes pierden la confianza en sus representantes y estos pierden, a su vez, la necesaria autoridad para que la ciudadanía acate las órdenes de restricción de movimientos. Que, por cierto, figuran entre las más severas de una Europa que, en comparación con nosotros, es alegre y confiada.
El caos forma ya parte de nuestra manera de vivir. Caos es inseguridad jurídica, órdenes banales y desórdenes flagrantes, y me temo que de eso tendremos más esta semana. Reconozco que no es ya un caos nacional, sino mundial –mire usted el lío que se ha armado sobre el verdadero estado de salud de Trump–. Pero nuestro caos es más genuino, más opaco, con más silencios oficiales y más ruido ambiental: Trump, que no es un modelo a seguir en cuanto a transparencia, se apresuró a salir en vídeo en cuanto comprobó la confusión sobre cuán afectado estaba por el coronavirus. Y en otros países de nuestro llamado entorno, Gobierno y oposición no se tiran los trastos a la cabeza por dos estatuas o por la renovación de los jueces ni, menos aún, por los Presupuestos ni, obvio, sobre la forma del Estado, sino que cooperan en lo que ahora es la lucha común. Ni, desde luego, existe país europeo alguno donde el máximo responsable de acabar con la pandemia, el ministro de Sanidad, por muy amplio que le venga el cargo, esté pendiente de si le designan o no candidato a las elecciones catalanas. Por ejemplo.
No me diga que, tras todo esto, no entiende usted que el mapa europeo se distancie del español en cuanto a los rebrotes. Pero, claro, estos detalles no computan en las severas estadísticas de la OMS; el ‘typical Spanish’ no vale como explicación racional en los parámetros de la ONU. Y por eso no entienden nada. Yo, muchas veces, confieso que tampoco.
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