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(la foto es de otra ocasión. Esta vez, nada trascendió de lo que Rajoy le habría dicho al Rey doliente. ¿Le habrá dicho que no viaje, ni privadamente, sin autorización del Gobierno? Otros residentes aseguran haberlo hecho, pero no debe ser muy cierto, porque el Monarca ha seguido yendo y viniendo a capricho, sin trabas y sin comunicarlo, creo)
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¿Qué se dijeron en su encuentro, no tan rutinario, del viernes pasado el Jefe del Estado y el Jefe del Gobierno? A saber. Porque ni una palabra, ni una imagen, trascendieron del acto, celebrado en un clima asfixiante. España es un país en el que vienen pesando demasiado los silencios. Silencios en el Gobierno, silencios en la oposición, silencios en las instituciones y discursos vanos en los segundos escalones, mientras la ciudadanía, no invitada a hablar, calla. Tan ominosos son estos silencios que la nación entera respiró aliviada al escuchar de boca del Rey once palabras: “lo siento mucho, me he equivocado y no volverá a ocurrir”. Este sermón de las once palabras, con las que el Monarca se disculpaba por el lamentable asunto de la malhadada cacería africana que acabó en serio accidente, debería marcar, acaso, una línea de conducta política. Pero ni lo ha hecho ni, es de temer, lo hará.
Silencio de Mariano Rajoy ante las importantes reformas aprobadas este viernes por el Consejo de Ministros; esperábamos verle comparecer tras la reunión con su Gabinete en la rueda de prensa posterior, pero encomendó a la vicepresidenta-portavoz y a los ministros Mato y Wert que detallasen las sustanciales modificaciones en las antes infranqueables ‘líneas rojas’ del estado de bienestar. Debe pensar el presidente que ya es más que suficiente con las declaraciones, a mi juicio no muy afortunadas, que hizo en Colombia, pidiendo “unos pocos euros” ante el G-20 y ante un mundo expectante que está deseando saber si ha de invertir en una España ilusionada o huir de una España profundamente desmoralizada.
Uno también confiaba en que el líder de la oposición, Alfredo Pérez Rubalcaba, estuviese aguardando en la sede socialista de Ferraz al término de esta rueda de prensa que cambiará un poco más nuestras vidas, pero el secretario general del PSOE, cada día más difuminado, dejó la tarea en manos de la cuadrilla. Como si la cuestión no fuese de primera división. ¿Cuánto tiempo hace que Don Alfredo, todo un peso pesado de la política, no protagoniza una reunión abierta, larga, sin exclusiones, con los medios informativos?¿Cuánto que no mantiene una comparecencia lucida en el Parlamento? Pues tanto tiempo, al menos, como su oponente político, Mariano Rajoy.
Claro que uno hubiese esperado alguna declaración conjunta ante los ataques de Sarkozy a España y, más aún, ante el incalificable expolio con el que a los españoles –sí, que no solamente a Repsol—los desafió la peculiar presidenta argentina, Cristina Fernández. Nada. ¿Quizá un último gesto de consenso para evitar la deplorable sensación de ‘ordeno y mando’ que ha producido el cambio de las reglas de juego en la televisión pública? Nada de nada. ¿Alguna consulta a la sociedad civil, a los sectores interesados y especializados, antes de emprender unas reformas de calado en sanidad y educación? Nada de nada de nada. La lacónica soberbia de la mayoría absoluta, cabalgando sobre la improvisación, se da de topetazos con la tozudez perezosa y sin ideas de la oposición. Menudo panorama.
Puede que nadie hable porque nadie, excepto algunos que meten la pata sistemáticamente cuando hablan, tiene nada que decir. Y, entonces, once palabras, once, tratando de enmendar un tremendo error, es lo único que nos ha quedado de otra semana sin debate, sin acuerdos, en la que el diálogo, como el de la ministra de Trabajo con los sindicatos, acaba en términos de enfrentamiento. La crisis, siéndolo, no es principalmente económica: es una profunda crisis política, social, moral, enmarcada por el callar gris de los camposantos en los que tantas cosas se van enterrando, quizá inevitablemente.
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