Periodismo aquí y ahora: una profesión de mucho riesgo (moral)

Ya se sabe: en toda guerra, la primera víctima es la verdad. Y, por tanto, la libertad de expresión. Estamos en guerra, y no estoy seguro del papel que los medios, los periodistas, columnistas, tertulianos y demás, estamos jugando. Lo que se habla en las calles de Barcelona, Gerona, Olot, Manresa, Tarragona, tiene muy poco que ver con las tertulias en Madrid, Huelva, Torrelavega o Ferrol, por poner algunos ejemplos apenas. Hay dos realidades: la catalana –así, en general, al margen de si se trata del independentismo o no—y la del resto de España. Y esta dualidad, ya irreconciliable, va a provocar consecuencias inesperadas, hoy quizá impredecibles. Y muchas de ellas caerán sobre nuestras cabezas, las de los periodistas.

El periodismo es una profesión, hoy, de especial riesgo. Llevo en esto más de cuarenta años y, por segunda vez, desde que las cosas cambiaron tanto con la muerte de Franco, me siento en el abismo. Corremos el riesgo de perder la credibilidad, la altura moral exigible a quien ha de informar con rigor, con imparcialidad, con independencia, con honestidad. Y es que hay dos conceptos del rigor, de la imparcialidad, de la honestidad: uno está en las calles de Cataluña, el otro quizá en las del resto de España. Apenas cabe el diálogo ahora entre los periodistas a uno y otro lado del Ebro. Y quienes pretenden estar en ambas orillas, o que no existan orillas, resultan sistemáticamente lapidados, bien por los políticamente ortodoxos –de ambos sectores—bien por las redes sociales, tan crueles, tan ignorantes a veces. O bien, de cuando en cuando, por sus propios compañeros. O por una mezcla de todos.

Para colmo, hemos llegado a un punto en el que un periodista como quien suscribe, un mirón al fin y al cabo, carece de la suficiente información sobre lo que de verdad se cuece en los impenetrables ambientes catalanes, y viceversa: dudo mucho que los colegas de Cataluña tengan demasiadas ocasiones de acercarse a lo que realmente ocurre aquí, del otro lado de la barrera. No se trata de TV3 versus los más poderosos medios capitalinos, por poner un ejemplo extremo: es algo mucho más profundo, más doloroso. Más intangible. Y más generalizado.

Quienes nos planteamos con toda crudeza cuál debe ser el papel que han de jugar los medios andamos como sumidos en la confusión: y ahora, qué. Me niego a tirar la primera –bueno, no sería la primera—piedra contra quienes ejercen en el otro lado, me niego a echar la culpa solamente a una parte. Eso se lo dejo a los políticos. Yo quisiera poder ejercer mi profesión en el lado de allá, y que los de allá acudiesen a explicar sus puntos de vista acá. Pero eso se va volviendo imposible; hasta la lengua empieza a separarnos.

Y así, comenzamos a convertirnos en micrófonos ambulantes sin opinión, entre otras cosas porque nos atacan cuando opinamos: quién será usted para decir si lo que hace un juez es bueno o malo, te dicen desde determinados ámbitos políticos, muy comprometidos en el proceso contra el ‘procés’. Y lo mismo desde el otro lado: estos periodistas centralistas…te señalan los ‘comprometidos’, moviendo lastimeramente la cabeza. De esta manera, acobardados, nos atrincheramos, como la sociedad que nos rodea se atrinchera, cierra filas, involuciona. Es en ese momento cuando la verdad, cualquiera de las muchas verdades, estalla en pedazos. Y uno tiene que andar en la cuerda floja, seguro de que en algún momento caerá, y entonces…

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