Hay quien me reprocha ocuparme demasiado de Federico. Mi antiguo, ex amigo (creo que ya debe de ser ex; hace tiempo que no cruzamos palabra, claro), Federico. Yo creo que está planteando una revolución en los conceptos del periodismo, es un revulsivo, un ejemplo –entiendo– de lo que no debe ser. Lo que está ocurriendo estos días, con el juicio al director de las mañanas de la Cope, es bastante sintomático: cuando los dioses quieren perder a alguien, primero lo ciegan. Y la cegura es siempre exceso de autosuficiencia, errónea percepción de lo que valemos, sobreestima, cerrazón a la hora de ver los argumentos ajenos y eglatría al considerar los propios… eso lleva a posturas soberbias, vanas, al matonismo, a la amenaza para todos, al desprecio a los demás –a los que se llega a insultar de las peores formas–, a anular a quienes no piensan como nosotros.
Justo lo contrario de lo que entiendo que debe de ser el periodismo. Federico y sus imitadores no informan: deforman. No adjetivan: descalifican. No analizan: inventan una realidad. Conspiran para que esa realidad suya acapare a la otra realidad, la real, y perdón por la redundancia. Seguro que usted me entiende.
Si hablo tanto en este blog de Federico es porque creo quedebemos combatir esta forma de hacer antiperiodismo, que tan dañino ha resultado para el partido al que FJL decía apoyar, para la institución que financia su programa –Dios castigará al obispo fanático que lo mantiene–, para la imagen de los periodistas en España. Cierto: tiene una enorme influencia, ha congregado una pléyade de seguidores devotos –como tantos telepredicadores en Estados Unidos: basta con saber administrar la demagogia y tener agallas para hacer estas cosas–. Eso no hace más que aumentar su peligro. Por ello lo escucho y no me encojo de hombros, como tantos hacen. Ni siquiera me burlo de sus salidas de tono, tan irracionales muchas veces, como hacen otros para no enfrentársele; me parece un peligro, y lo digo.
Ahora, se atreve hasta a descalificar a los propios testigos a los que llamó en su defensa porque no dicen exactamente lo que él quiere, a despreciar a sus jueces, a insultar de nuevo al querellante, a omitir las opiniones discrepantes de la suya. En su soberbia, llega a meter el dedo en el ojo de los obispos que a él no le gustan, que son cada día más. De hecho, son crecientes ls que no le gustan; no le gusta casi nadie, ya ni ‘Espe’, a la que tantos favores debe.
Se está quedando solo, y ni los que antes le adulaban, temerosos ante la posibilidad de recibir sus rayos, le ríen ya las gracias. Caerá con estrépito y entonces tendremos que recoger, quienes un día llegamos a apreciarlo, sus pedazos. Mientras tanto, yo seguiré criticando sus formas y su fondo, aunque él sepa, haciendo mío aquel dicho del ministro inglés, que yo, que aborrezco sus ideas, daría la vida para que él pueda seguir expresándolas libremente. Esto es mucho mas de lo que él diría y, menos, haría. El, simplemente, ha dejado de ser un demócrata desde hace tiempo.
Deja una respuesta