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(se ve que César ha crecido intelectualmente no poco; su último libro te hace pensar, que es algo que no todoslos ensayos consiguen)
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Mi buen amigo César Calderón me ha pedido que, junto con Antonio Hernández Rodicio (alto mando en la SER) y no sé si Elena Valenciano, le presente la semana que comienza su libro ‘Otro Gobierno’ (Algón). Muy interesante –lo he leído en estas minivacaciones– y recomendable a quienes, como yo mismo y la mayor parte de los bloomsburianos que por aquí pululáis, pensamos que esta democracia es muy perfectible. O, incluso, que la situación está llegando ya a extremos intolerables. Incluyo aquí las reflexiones que voy a soltar en esa presentación, de cuya convocatoria aquí daré cuenta (cuando recuerde dónde y a qué hora es el próximo miércoles) para todo aquel que esté interesado en acudir.
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Supongo que César Calderón me ha pedido que venga aquí hoy para renovar la vieja polémica que mantenemos en foros diversos y en la vida en general. El me acusa, sin decirlo de manera explícita, de ser una especie de ágrafo digital, si es que así se puede decir, y yo le digo que la realidad no es la que se contiene en pantalla alguna, ni siquiera, César, en la del i-phone, sino lo que circunda a la pantalla las casas, los paisajes y, sobre todo, la gente. Luego llegan las redes y nos cuentan una parte aún pequeña de esa realidad.
Bueno, supongo que ni yo soy tan ágrafo ni César tan lineal y, así nuestros diferentes puntos de vista convergen en una ya vieja y sólida amistad, a pesar de las distancias. Lo que ocurre es que las divergencias no se limitan solamente a esos aspectos que algunos confundirían con meramente formales. Estando, César, muy de acuerdo con el planteamiento de fondo del libro –no estamos siendo bien gobernados, hay otra forma de gobernarNOS–, no lo estoy con algunas afirmaciones que me parecen periféricas, como que solamente la izquierda está en condiciones de iniciar esa revolución democrática que nos lleve al Gobierno abierto, que nos lleve a poder desarrollar, los ciudadanos, toda nuestra capacidad de decisión.
No estoy, en primer lugar, muy seguro de dónde están los límites de la izquierda y dónde los de la derecha, que es algo que me parece que también trato de intuir en este libro, que me adelanto a decir que es estupendo y muy sugerente. Seguramente, si los socialistas estuviesen hoy en el poder en España tendrían que hacer cosas muy parecidas a las que hace el Partido Popular, entre otras cosas porque el puesto de mando esté en otra parte, en esa Europa decadente y decaída que anticipa ya la irremisible caída del nuevo Imperio Romano. Y seguramente, si hubiesen sido los populares los que hubiesen gobernado en la pasada Legislatura, hubiesen hecho lo mismo que Zapatero, excluidos algunos errores de bulto.
En lo que los dos coinciden es en la impermeabilidad de sus planteamientos con respecto a la ciudadanía. No es una cuestión de avances tecnológicos ni de las posibilidades que nos abre la Red: es una cuestión de voluntad y, por favor, que no me digan que por haber redactado al fin una muy limitada ley de transparencia, estos son mejores que aquellos, o aquellos, por no haber sabido culminar esta ley, peores que estos. Esa ley es apenas el primer grado de los que César Calderón expone en su libro, y está muy lejos de lo deseable.
Las cosas no han mejorado mucho desde aquel día en el que José María Aznar me dio una respuesta que tengo grabada. Le dije que cómo se atrevía a seguir con la guerra de Irak cuando el 83 por ciento de los ciudadanos se mostraban en contra. Me dijo: “hay que saber desafiar a la opinión pública cuando así conviene”. Bueno, no está muy lejana esa respuesta del hecho de que, durante muchos meses, las encuestas decían que el 78 por ciento de los españoles desconfiaban del entonces presidente Zapatero y el 80 por ciento lo hacían del aspirante Rajoy
Con Internet o sin Internet, con ley de Transparencia o sin ella, tanto Aznar, como antes Felipe González, tanto Zapatero como ahora Rajoy gobiernan, sin duda, para el pueblo, pero sin el pueblo. Pensando, como nos recordaba Antonio Hdz. Rodicio, en el prólogo, que decía Churchill, más en las próximas elecciones que en las próximas generaciones. Nos han dicho los unos que harían cosas que luego no hicieron, que no tomarían medidas que sí tomaron, han girado ciento ochenta grados otros con respecto al programa electoral con el que ganaron. Y unos y otros nos sugieren, y además es sin duda cierto, que no queda otro remedio, que son los dictados de los mercados, de unos ‘cabezas de huevo’ que mandan en la UE y a los que no hemos elegido, quienes exigen esas medidas, esa estrategia, esa táctica.
O sea, que ya no es que no mandemos los ciudadanos y lo hagan, tantas veces a nuestras espaldas, los representantes a los que votamos una vez cada cuatro años –como si democracia fuese votar una vez cada cuatro años—y a los que pagamos, mejor o peor, todos los meses. La cosa ya se ve que es peor: resulta que esos representantes a los que elegimos y pagamos ni siquiera son los que deciden, y son, en cambio, unos señores que nos desconocen, a los que desde luego no hemos elegido y que están allí lejos, en las neblinas bruselenses o berlinesas, quién sabe.
En este contexto, comprendo y en muchos aspectos comparto la protesta difusa del 15-m, aunque yo esperaba un poco más de organización y un poco menos de infiltraciones antisistema. Porque a la conclusión que nos debe llevar el análisis de una situación tan frustrante no es, necesariamente –necesariamente, digo—la ruptura con el sistema, sino la transformación de los mecanismos que sustentan la democracia, el peor régimen conocido, si se excluyen todos los demás, como decía el tan mentado Churchill.
Otro desacuerdo que intuyo contigo, César, es, me parece, el papel a jugar por la sociedad civil. La sociedad civil se compone de ciudadanos individuales, no es algo que esté de espaldas al individuo, ese que, desde una perspectiva solitaria, lucha a brazo partido desde Twitter contra las estructuras. No es así. De acuerdo: no supimos interpretar el movimiento, nacido en la Red pero impulsado por una realidad frustrante, que se dio en el norte de Africa. Ni tampoco el nacimiento de ese colectivo ‘indignado’. Los medios de comunicación, que tan lamentable papel han, hemos, jugado por ejemplo en las elecciones andaluzas –somos incapaces de no hacer campaña mientras hablamos de independencia y neutralidad–, se han cubierto de gloria; no se han enterado de lo que ha ocurrido en ese 2011 tan clave, ni se están enterando de los movimientos telúricos, pero aún subterráneos, de estos comienzos de 2012.
En suma, los medios no estamos fomentando el desarrollo, el fortalecimiento, de la sociedad civil. Tampoco lo hace la Red, que te individualiza con ciento cuarenta caracteres, aunque tiene unas posibilidades infinitas, ya lo sé. Los medios, y hablo de ellos porque en ellos me ocupo desde hace cuarenta años, estamos aceptando y fomentando las dictaduras de los aparatos partidarios, de las grandes corporaciones económicas, la veneración a los eurócratas que tanto están haciendo contra la vieja idea de Europa de los padres fundadores Monnet, De Gasperi, Adenauer. Aplaudimos simplezas como el gobierno paritario en cuanto a géneros y no pedimos consultas populares en medidas que afectan a nuestras vidas en materia de sanidad, de educación, de costumbres.
La información, César, ya no es poder, sino instrumento de los poderes. La información, Antonio, tú que en tu magnífico prólogo citas la frase de Benedetti, ya no está para dar respuestas a las viejas preguntas; es que ni se ha enterado de que han cambiado las preguntas. Y bien que siento tener que decirlo.
En fin, que hemos venido aquí a escuchar lo que otros tienen que decir, no mis presuntas o reales disidencias con la doctrina calderoniana, tan interesante por lo demás. Enhorabuena, César, por tu esfuerzo: mejorar la democracia en este país requiere de contribuciones como la tuya, como este libro. Opine cada cual lo que opine, creo que eres de los que dan la cara y aportan cosas para dejar a nuestros hijos un mundo un poco mejor de lo que lo encontramos. Que no estoy seguro de que sea esta la situación ahora. Y, repito, bien que siento tener que decirlo.
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