Las sacrosantas encuestas le dan un disgusto por semana al PSOE. Las encargadas por sectores privados y las públicas. Parece una tendencia difícil de evitar: “una vez que la dichosa curva se cae –me decía un dirigente socialista—ya no hay manera de levantarla”. Y, así, el CIS certificaba este martes lo que han dicho otros sondeos aparecidos en medios de comunicación. ¿Efecto Rubalcaba? Me parece que ya se ha diluido. ¿Pasos positivos hacia el fin de la pesadilla ETA? Creo que los ciudadanos ya no confían y, en todo caso, el terrorismo está más o menos amortizado como problema para los españoles. Nada, ni siquiera una leve mejoría en la situación de ese ejército de parados –lo que tampoco me parece que vaya a ser posible a corto plazo–, podrá impedir el batacazo.
Y no es que Zapatero lo haga mejor o peor, que pienso que se ha equivocado en bastantes cosas y más aún a la hora de comunicarlas a la opinión pública: es que el péndulo indica cambio. Cambio es la palabra, es lo que la gente, harta de parches, quiere y lo que parece que va a propiciar dentro de ya no muchos meses.
Así que para mí, harto como estoy ya de que las encuestas me digan más o menos lo mismo cada semana, lo importante es cómo van a gestionar los maquinistas de ese cambio la situación futura: tengo para mí que Rajoy, ahora relativamente bendecido en las encuestas, tendrá que gobernar no con los nacionalistas, sino, de alguna manera imaginativa –muy imaginativa–, con los socialistas. Al tiempo me remito.
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