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(Los cuatro nos prometieron, a Quevedo y a mí, hablar con nosotros para nuestro libro ‘¡Es el cambio, estúpido!’. Ninguno de los cuatro cumplió. Tampoco es que me extrañe mucho, la verdad…))
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A un tipo como el que suscribe no le cuentan demasiados cotilleos, porque saben que uno los cuenta; que esa, y no la de confidente, es su misión. Pero de cuando en cuando a uno le llegan retazos de información que le hacen concebir esperanzas en que esa peculiar fracción de la sociedad española a la que hemos dado en llamar ‘clase política’ alienta, en el fondo, signos de vida inteligente. Que hay contactos, vamos. Y no porque lo diga algún digital, que asegura que entre Rajoy y Rivera hay algo más que los desdenes públicos que publicamos, qué remedio, en los periódicos. No: la verdad es que parece que los ‘teléfonos rojos’ están funcionando, que se hablan entre ellos, esa peculiar casta de ‘los cuatro’ –o de los tres, para ser más exactos—que se ha dado cuenta de que está a punto de ser expulsada del cuerpo nacional, harta como está la ciudadanía de sus actitudes, que son, ay, las de siempre: de hartazgo.
Y no, no conozco lo que se dicen en esas llamadas de teléfono rojo a teléfono rojo, o azul, o naranja, o hasta morado. Mentecato habrá que hablará de que se puede dar un ‘pasteleo’ entre ellos para evitar la catástrofe máxima, pero la verdad es que ojalá que tal ‘pasteleo’, o sea, intento de acuerdo, existiera. Si existe o no lo comprobará el Rey cuando, el próximo día 28, jornada en la que, por separado y en un auténtico maratón, recibe a ‘los cuatro’, tras haberse encontrado a partir de este martes con los demás: una jornada histórica en la que el jefe del Estado sabrá si la presidenta del Congreso puede o no convocar una sesión de investidura para el 3 de agosto, como estaba previsto, o habrá de posponerse este acto parlamentario porque, simplemente, no hay acuerdo en lontananza. A partir de ahí, nos tendrán que explicar qué se gana esperando unas semanas más a convocar esa sesión de investidura: ¿necesitan acaso nuestros líderes políticos comprobar con mayor certidumbre aún la falta de apoyo de una ciudadanía que ya les da claramente la espalda, que pide acuerdos razonables y que se dejen de postureos peligrosísimos?
Creo que los cronistas políticos carecemos, en suma, de los datos clave; hasta qué punto están rechinando las estructuras internas de los partidos ante una situación que amenaza con hacer saltar nada menos que el sistema. O hasta qué punto las llamadas desde La Zarzuela, entre otros centros de poder, están logrando alarmar a estos cuatro señores que tienen nuestro destino en sus pecadoras manos. Porque, en este país en el que muy rara vez se habla claro, las cosas ya no se pueden decir con mayor claridad: cierto que la UE nos soporta con paciencia, cierto que la sociedad civil, que anda como ausente, hace que las panaderías abran todos los días, los bancos sigan funcionando y sobre todo las playas se llenen de bañistas. Pero que no se engañe nadie: la normalidad está lejos porque todo está en tela de juicio y el futuro amenaza con lo que amenaza. Quisiera estar seguro de que, en sus momentos de lucidez, se lo dicen unos a otros cuando marcan los números tan reservados, tan secretos, tan exclusivos para ellos, en sus teléfonos rojos.
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