No entiendo de qué diablos se ríe ese periodista que nos deshonra, Antonio Alemany, el hombre que elogiaba con fondos públicos a Jaume Matas. Qué poco me gusta que un colega haga eso (otros, la verdad, elogian más barato, o gratis, pero mejor no entrar en ello)…El caso es que los periódicos se llenan de casos de corrupción. Y debo decir que no me desalienta el hecho de que los periódicos se llenen estos días con noticias sobre casos de corrupción. Por el contrario, me parece bueno que se conozcan y, sobre todo, que la información se deba mayoritariamente al hecho de que esos casos de presuntos corruptos, llámanse Camps, hijo de Chaves, ERE, Jaume Matas o Urdangarín, entre otros, se encuentran ya en los tribunales (y en las picotas de la condena ciudadana).
Cierto que los casos de corrupción -presunta, ya digo-son demasiados, y algunos de alto nivel: ahí es nada, un yerno del Rey y dos ex presidentes autonómicos, además del hijo de otro ex, viéndose en los juzgados o cercanos a ello. Pero a mí lo que me llena de gozo es que aprovecharse para el propio bolsillo de dinero público -o privado- no resulta impune. Ya sé, ya sé que aún quedan muchos huecos; que no todos devuelven, aunque pasen por la cárcel, el dinero malhabido y también sé, de otro lado, que en este país nuestro aplicamos con excesiva frecuencia la llamada pena infamante, o de telediario; ya sé que a veces casos que no deberían hacerlo prescriben, sé que hay jueces que se equivocan o incluso que se hacen los distraídos, sé que se filtran sumarios secretos que no deberían filtrarse e incluso sé que algunas veces los códigos benefician más a unos que a otros …Pero también constato que son muy pocos los que se van de rositas y que los asuntos más escandalosos acaban indefectiblemente estallando y siendo sometidos al peso de la ley y de una Justicia acaso demasiado lenta, sí, a veces algo cojitranca, no siempre escrupulosamente igual para todos, pero generalmente implacable.
Y es que, contra lo que muchos dicen y hasta contra lo que pudiera parecer, España no es un país podrido. Nos gustará más o menos nuestra clase política, pero admitamos que, salvo las excepciones que conocemos y quizá hasta algunas más que no conocemos, nuestros políticos son gente honrada; puede que gastadores en demasía -cuando había dinero para gastar–, acaso demasiado aficionados al viaje ‘gratis total’ y a los automóviles de gran cilindrada, pero honrados ‘básicamente’, como en una ocasión sentenció, para quitarse sambenitos de encima, Felipe González.
Creo firmemente, porque soy un optimista incorregible, que la limpieza que se está produciendo con la divulgación de esos casos de corrupción con los que nos estamos escandalizando va a ser una vacuna eficaz para prevenir nuevos brotes. Eso y, claro, que hemos entrado en una nueva era, en la que el dinero destinado a alegrías, las prebendas, el boato y el despilfarro van a ser mucho más escasos. Algo bueno tenía que tener la crisis, qué caramba.
Y, por fin, volviendo a Alemany. Que digo yo que deberíamos reflexionar acerca de esos turiferarios que van más allá que nadie en su elogio mediático al gobernante que los beneficia. ¿O es que otros gobernantes, además de Matas, no han beneficiado, y no poco, a algunos sedicentes periodistas?
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