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(nada, que no hay manera de que lleguen al gran pacto. Imágenes de las sendas e inútiles ruedas de prensa de hoy).
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Tengo para mí que muchos españoles de a pie piensan –¿o pensamos?—que hay muchas ‘maniobras de distracción’ revolteando como el polen de primavera: volvemos con Gibraltar, con las detenciones a etarras que no tienen más causas pendientes que cuestiones de ‘kale borroka’ –y conste que me encanta que se detenga a los terroristas, por mucho que puedan parecer ‘de baja intensidad’–, sugiriendo el cierre de un estadio porque van a pitar al Príncipe o, en el otro lado, pidiendo desde el PSOE que la Iglesia pague el IBI “como todos los españoles”. Lo que ocurre es que no estoy seguro de que todo esto, viejas tácticas de cuando la política y la situación eran otra cosa, haga olvidar a los ciudadanos que una suma de incompetencias, egoísmos, medias verdades y completas mentiras está haciendo tambalearse la nave de la economía, que es una ciencia que, como se sabe, se basa en la aplicación de la política. Y esa aplicación, a mi modo de ver, está siendo simplemente desastrosa.
–Lo importante, las dos ruedas de prensa–
Lo importante, este lunes, eran, en teoría, las ruedas de prensa de Rajoy y Rubalcaba, ambas decepcionantes a mi modo de ver. La superficie, todas esas cuestiones epidérmicas con las que se pretende llamar nuestra atención. Y que, en el fondo, tanto deterioro suponen a algunos pilares de la sociedad española.
Ya se ha hecho tambalear, por culpas bien repartidas entre unos y otros, y que unos y otros se arrojan entre sí, a la Corona, al Tribunal Constitucional, al Supremo y el CGPJ, al Banco de España y a la banca en general, a la Universidad y la educación, a los sindicatos, a la patronal, a los medios de comunicación públicos y, ahora, a la Iglesia. Los partidos políticos están hechos un lío (vamos a decirlo así por decirlo con palabras suaves) desde una perspectiva interna; los empresarios y los banqueros, empavorecidos porque no saben a qué carta quedarse en la marea de inseguridad en la que viven; la credibilidad de España, merced a asuntos como la gestión de los últimos (y los primeros) tiempos de Bankia anda definitivamente por los suelos, mientras la prima de riesgo sube hasta los cielos; los españoles nos hemos empobrecido quizá hasta un cuarenta por ciento en los últimos tres años… y, para colmo, aumentan las reivindicaciones secesionistas en Cataluña y el País Vasco. Mientras, el Estado parece incapaz de reaccionar.
–¿Dónde la Ley de Emprendedores?–
Las soluciones drásticas, valientes, pactadas, no llegan. ¿Dónde está el gran consenso, dónde la Ley de Emprendedores, dónde las reformas a la reforma laboral, dónde las explicaciones que todos deberían darnos y, como ocurrió con la ‘cumbre’ entre Rajoy y Rubalcaba del viernes, nos niegan? ¿Dónde la gran ofensiva institucional, territorial? ¿Dónde esas declaraciones de vuelo alto del presidente y del líder de la oposición, no esas ruedas de prensa raquíticas de este lunes, en las que es difícil obtener un titular?
Pero llegan, en cambio, multitud de iniciativas colaterales, que hablan de reforma progresiva del sistema educativo (lo que está bien, pero ahora no es pertinente), de ofensivas en Gibraltar (digo lo mismo), de acercamiento de presos de ETA (íd.), de cierres de estadios o…de hacer pagar a la Iglesia por unos bienes inmuebles que, en el fondo, son de todos. O podríamos también incluir en la lista de ‘distracciones’ los adelantos electorales posibles (y debatidos) en Galicia y Euskadi, quizá necesarios, pero inconvenientes.
Sospecho que esta vez todo eso ya no vale. Y no me interprete usted, querido lector, mal; ya sé que la lucha contra los rescoldos de ETA es importante, como lo es la reforma de una educación deficiente (sería mejor consensuarla con la sociedad civil, cosa que, por ejemplo, no se hizo con los rectores) o, quizá –quizá–, endurecer el Código Penal contra los manifestantes. Todo eso sería primordial en una situación de normalidad, en la que las instituciones no estuviesen en llamas, la seguridad jurídica, más endeble que nunca y la confianza de los españoles literalmente por los suelos, en un marco de enorme desmoralización económica. Todo eso puede aguardar, mientras se actúa siempre fuera de los titulares de prensa, que ahora reclaman atención para cosas mucho más urgentes, para empresas de enorme calado, y no para el protagonismo de determinados ministros colaterales o del jefe de la oposición. Porque ahora toca, y espero que usted no me llame tampoco grandilocuente, redefinir España. Nada menos que eso. Y eso es precisamente lo que ni Rajoy ni Rubalcaba hicieron en sus comparecencias separadas, pero tan tangentes, este lunes.
Otra oportunidad perdida…
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