Me escribe un seguidor en Twitter y me pregunta: «¿desde ayer se puede llamar a Pedro Sánchez Pedro Quinto?». Se refería este querido ‘follower’ al hecho de que en mi último libro, ‘La foto del Palace’, hago la historia del paso de Pedro Sánchez por la política, dividiéndola en Pedro I ‘el Aspirante’ (que ganó las primarias de 2014), Pedro II ‘el trepador’, Pedro Tercero ‘el resiliente’ (que supo remontar la defenestración de Ferraz en octubre de 2016) y Pedro Cuarto ‘el mago’, que se hizo con el Gobierno tras una arriesgada, una operación de riesgo más, moción de censura contra Rajoy. Qué duda cabe de que ahora, cinco años y muchos avatares y equilibrios en la cuerda floja después, nos encontramos ante un Pedro Quinto.
De lo que no estoy seguro aún es de con qué sobrenombre le conocerá la Historia. ¿El Caído?¿El milagrero?¿El eterno?¿El fallecido? En todo caso, hasta el momento en el que escribo este comentario, es Pedro Quinto el Afortunado, porque ha logrado, contra todo pronóstico y encuesta, salir vivo de las elecciones del 23 de julio.Menospreciar a Pedro Sánchez, y algunos lo hicimos en 2016, considerándole ‘muerto aunque él no lo sabe’, es un error de primera magnitud. Ha cometido errores brutales, de libro, y ha tenido aciertos, apostando siempre más de lo que llevaba en los bolsillos, pero todo, o casi, le ha salido bien, a base de hacer suya la frase cínica atribuída a Camilo José de Cela: «el que resiste, gana y jode a quienes querían ganarle».
El aún, y quién sabe si próximo, presidente del Gobierno es hombre sin complejos ni angustias de conciencia, tiene claro quiénes deben ser sus aliados, aunque se llamen Puigdemont, y a quién, Pedro el Cruel al fin, puede dejar caer sin misericordia. Frente a él, alguien tan ‘normal’, vamos a decirlo así, como Alberto Núñez Feijoo es casi un perdedor nato. Sobre todo, si le acompaña alguien como Abascal.Ahora, descartada casi por completo la posibilidad de que Feijoo ocupe el principal despacho de La Moncloa, sea con o sin Vox, la gran pregunta es si Sánchez logrará recomponer aquel ‘pacto de la investidura’ de 2018, luego bautizado por su enemigo Rubalcaba como ‘Gobierno Frankenstein’, añadiendo, además, a Junts por Catalunya, el partido encabezado por Carles Puigdemont, que es, sin duda, el enemigo público número uno de Espñaña. C
omprendo que atraer al fugado de Waterloo a la política ‘normalizada’ española es un objetivo esgrimible a la hora de intentar pactar con él para que, además –y sobre todo– te apoye en tusn pretensiones de perpetuarte en la Presidencia del Ejecutivo central. Pero el precio va a ser demasiado oneroso como para que Sánchez se pueda permitir, y le podamos permitir, pagarlo.Así que mi apuesta, repetida en varios medios de comunicación en los que he intervenido estos días poselectorales, es la de que probablemente Pedro Quinto no pueda convertirse automáticamente en el Perpetuo y tenga que convocar nuevas elecciones, entrando en el terreno pantanoso de lo que ya parece destino inevitable de nuestro país: quedarse en las arenas movedizas de la imposibilidad de formar mayorías para gobernar.
(se lo va a comer con patatas a la gallega)
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Es el fruto de una normativa electoral rácana y errónea, que nadie se atreve a reformar y que está provocando catástrofes en la estabilidad política de España. Pero no importa, por lo visto: aquí, los juegos son de poder y de tronos, y lo demás es secundario. Como para algunos de los Pedros que reinaron en la Historia española y en la de Europa. A este paso, no voy a tener otro remedio que hacer una edición actualizada y pasmada de esa ‘foto del Palace’ que tantas cosas inverosímiles, pero ciertas, contaba.
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