Plan C. Con ‘c’ de Casado

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Pero ¿es que no ven que no queda más remedio?)
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El Gobierno, o al menos Pedro Sánchez, se siente optimista, nos dicen, viendo que la curva de infectados y muertos desciende de manera lo suficientemente constante. Ello, también nos cuentan, hace brotar el optimismo gubernamental en el sentido de que el paulatino fin del confinamiento, que se va a acelerar, dará mayor respaldo ciudadano al Ejecutivo; que la gente olvidará críticas y ‘caceroladas’. Y que, de nuevo, el equipo de coalición PSOE-Unidas Podemos tendría una mayoría, muy relativa, pero mayoría al fin, en el Parlamento, suponiendo que Esquerra y el PNV no acaben de ‘descarriarse’. Pero, claro, todo este rosado horizonte podría derrumbarse, lo admiten, si Pablo Casado se empeñase en ello. La situación, en el fondo, está en manos de Pablo Casado. ¿Lo sabe Sánchez? Lo sabe.

Supongo que el presidente del Partido Popular se hallará en estos momentos enzarzado en profundas reflexiones sobre si debe, o no, permitir la cuarta prórroga del estado de alarma que propondrá formalmente Sánchez el miércoles en el Parlamento. Tengo para mí que Pablo Casado se juega su futuro, su carrera hacia La Moncloa, en este envite. Si dice que ‘no’, el hombre que hoy nos gobierna con más poder desde los tiempos de Franco le acusaría, sin duda, de un posible rebrote de la enfermedad. Si dice que ‘sí’, puede que algunas de las bases del PP, y desde luego las mesnadas de Vox, le acusarán de sostener al peor gobernante de la Historia contemporánea.

“No hay plan B”, advirtió Sánchez en la última de sus largas comparecencias semanales ante la televisión (por cierto, no entiendo por qué el líder del PP no exige y propicia un trato similar para él). Es una amenaza: si no se acepta el ‘plan A’, es decir, el gubernamental de prorrogar el estado de alarma (atenuada) otros quince días, quien vote en contra el miércoles en el Congreso será el responsable de lo que ocurra con la salud de la población. Una trampa cutre, de acuerdo; pero así es la política en esta tierra nuestra.

Hay plan C, no obstante, creo. Que Casado se plante, acepte cooperar pero vaya mucho más allá: exigir cogobernar la transición. No ese cogobierno que este domingo ofrecía Sánchez a los presidentes autonómicos, sino ir mucho más allá. Exigir, a cambio del ‘sí’ a la prórroga (un ‘no’ sería, en la práctica, casi como una moción de censura), algo semejante a un Gobierno de concentración, o llámele usted de salvación nacional, si quiere. Es algo que se va viendo cada día más imprescindible (atención a las cifras del paro del martes): a Casado, que a veces parece que tiene miedo de dar el paso, se le exigiría el sacrificio de participar en la gobernación del barco a la deriva, en lugar de esperar a que el barco, con su actual capitán, se hunda y entonces llegar él de relevo. Pero, para entonces, ya digo. El barco estaría hundido y mucha tripulación y pasajeros, ahogados.

No se trata ahora de, como a veces hace la presidenta madrileña Isabel Díaz Ayuso, ser más peleón que nadie contra un Gobierno que patentemente está haciendo muchas cosas mal y en otras trata de imponer modelos claramente repugnantes para ‘la otra España’. Se trata de armonizar las dos Españas machadianas y salvarlas a ambas de lo que podría ser el riesgo de incurrir en un Estado fallido, salvado ‘in extremis’ por un durísimo rescate del mecanismo Europeo de Estabilidad, del que todos saldríamos más pobres. España huele a Grecia, pero Pablo Iglesias no es Tsipras, ni Sánchez el mejor Papandreu. Veremos si Casado puede llegar a ser el mejor Mitsotakis. Él es el ‘plan C’, le guste o no le guste a quien esta semana tratará de imponer el ‘plan A’.

fjauregui@educa2020.es

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