Llamo, en estos días de llamadas constantes, a un diputado socialista, que anda, como todos, en el paro –no, él no es de los pocos que asisten a los plenos del Congreso–. Comento con él la desastrosa sesión (cuasi bélica) plenaria del jueves santo, irónicamente día del amor fraterno, y le digo que, a este paso, ni pactos de La Moncloa ni acuerdo siquiera en la vestimenta, luctuosa o no, para honrar a los muertos por la maldita pandemia, que se nos acercan a los veinte mil. Mi amigo, que es hombre templado y a quien considero moderado, me suelta lo siguiente, y es textual:
–Hombre, no querréis los que tanto habláis de una jornada de luto que vayamos uniformados de negro, como los del PP y Vox.
O sea, que Pedro Sánchez se nos presenta con una corbata de tonos rojizos, Salvador Illa con una azul pálido y Adriana Lastra ni sé cómo para que no los confundan con los ‘peperos’ que hace bastantes días decidieron mostrar su dolor y su respeto con atuendos negros. Será por lo mismo, para no hacer lo que ha hecho la belicosa presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, por lo que el Gobierno de la nación no decreta tres días de luto, banderas a media asta, por las víctimas del virus, que han muerto solas, con el único consuelo del heroico sanitario de turno, y sin las exequias de rigor que todo fallecido, y sus familiares, merecen.
Será cuestión de formas, pero muchas veces se ha dicho que las formas, en política –y en la vida—, son tan importantes, al menos, como el fondo. Que no digo yo que el Gobierno de la nación no tenga el corazón de luto, porque jamás osaré afirmar que Sánchez y sus ministros no estén sufriendo como los primeros, y es lógico, esta situación que nos atenaza a todos los ciudadanos: no hay más que ver el rostro del ministro de Sanidad, que sabe lo que le aguarda, para darse cuenta de que la procesión ya ni siquiera va tan por dentro.
Nada me importaría ver a los escasos miembros de la Cámara que asisten a las sesiones plenarias uniformados en la solidaridad y sentimiento por tantas pérdidas, abrumadoras, que no pueden reducirse, aunque a veces se haga, a una cifra, hoy menos que ayer pero más que mañana, que forma una curva estadística. Perdón por la autocita, pero, en las escasas ocasiones en las que estos días he de asomarme a la pequeña pantalla, procuro que el negro sea el color dominante en mi atuendo; es mi manera de mostrar que ni un solo minuto en mis intervenciones olvido el dolor inenarrable de quien parte sin la mano amiga acariciándole, ni el desamparo de sus propios familiares, que no pueden besar por última vez una frente amada que se queda fría. No sé si todas las intervenciones parlamentarias del pasado jueves tenían en mente el desconsuelo brutal de tantos ciudadanos.
Lamenté la respuesta insensible de mi amigo. Y no me extrañó la diferente valoración que, a continuación, hicimos sobre esos pactos de La Moncloa –imprescindibles, creo yo: pero así, como Sánchez, no se ofrece un pacto, insultando al otro que debería pactar contigo—o sobre la mal educada intervención de la portavoz socialista Lastra en la sesión.
Ya nos decía Pompidou que a veces los de izquierdas y los de derechas se distinguían apenas por el color, el dibujo y la textura de las corbatas. O por no llevarlas. Estoy seguro de que el gran presidente francés, si viviera estos días de pasión, la portaría negra. Y no se le ocurriría distanciarse de la uniformidad de quienes, en lugar de lazos del color que fueren para exteriorizar solidaridades diversas, han decidido llevar estos días el negro por divisa. ¿Una mera frivolidad? A mí, si le digo la verdad, no me lo parece.
Los colores no son de derechas ni de izquierdas, son apenas colores. Pero los hemos elegido, a cada uno, para representar algo, un sentimiento, la divisa de un partido, el rojo, el azul, el morado, el verde, el naranja…Nada pasaría por adoptar el negro para todos, en las comparecencias públicas, mientras dure esta congoja y se ponen de acuerdo de una vez sobre cómo arreglar este futuro, tan negro, que parece que nos aguarda.
fjauregui@educa2020.es
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