Por qué se ausentan los ausentes

Desde tiempos casi inmemoriales, cubro informativa y pasionalmente la recepción real en el día de la Fiesta Nacional. Antes con Juan Carlos I y ahora con Felipe VI la cosa viene siendo, año tras año, y lo advierto de entrada, prácticamente la misma. Recuerdo que el pasado año escribíamos los periodistas que la tensión política en aquel encuentro multitudinario en el Palacio Real era inusitada: no sabíamos los meses que nos aguardaban, que esto sí que ha sido tensión, y no aquel mero compas de espera.

Y debo decir, como resumen general de avance, que en esta ocasión encontré al menos un cierto consenso en que hay esperanza. Esperanza en que las aguas de la turbulenta política española vayan a remansarse ya a lo largo de las dos próximas semanas. Y allí estaba Javier Fernández, el presidente del Pincipado de Asturias y de la gestora del PSOE que sustituyó y fulminó al ausente Pedro Sánchez, para certificar, tan cerca de los corrillos que arropaban a Mariano Rajoy, que las cosas ya no son tan tensas como eran, que habrá una solución a muy corto plazo y que, al menos, la formación de un Gobierno será posible.

Así que la crónica más interesante no es la de los presentes, que eran los de siempre, personaje arriba personaje abajo, que tampoco –y tan poco– tenían grandes cosas nuevas que decir tras todo lo que se ha dicho en los últimos días, sino que me parece más útil centrar el foco en los ausentes. En su mayoría, los de siempre –nacionalistas y los del ‘más allá del sistema’—con algún añadido muy publicitado, como el de Pablo Iglesias y la gente de Podemos, que decidieron, por lo visto, que en el viejo Palacio de Oriente se reunía esa ‘casta’ que celebra que la patria siga unida y con una Historia bastante brillante, con sus claroscuros, tras de sí.

Alguna vez sentí la tentación de pensar que era como una plasmación de las dos Españas, la que asiste a la recepción y la que, aun siendo invitada, desdeña asistir. Pero luego caigo en la cuenta de que, si afeamos –¿por qué? Tampoco es para tanto—el gesto a Pablo Iglesias, que dice que no quiere ir a esa ‘fiesta de smokings’, donde, por cierto, nadie comete la cursilería de ir con smoking, también tendríamos que señalar la tradicional incomparecencia de gentes que tendrían muchas razones para estar allí. Como los ex presidentes del Gobierno y algunos ex vicepresidentes de los distintos Ejecutivos y también de algunas instituciones y poderes del Estado que siempre andan, por lo visto, de ‘puente’.

Y, entonces, nos encontramos con un acto en el que hay muchos uniformes, muchos trajes oscuros, señoras muy elegantes y muchas canas. Pocos jóvenes, y no identifico automáticamente juventud y partidos morados, que conste.

Lo que me parece más útil es preguntarse por qué no van los que no van, no por qué van los que sí van, que resulta obvio: a ver y ser vistos, y quien suscribe, que reconoce ser un cotilla profesional, el primero. Desde hace años creo que el éxito de España como nación se palpará el día en que un Puigdemont o, más razonablemente aún, un Urkullu, aparezcan con plena normalidad por el palacio real y allí se saluden con el Rajoy de turno, o con la Susana Díaz que corresponda, el Albert Rivera que nunca falta…o con el Pablo Iglesias consciente de que, si quiere de veras aspirar a gobernar este país nuestro algún día, tendrá que normalizar su régimen de comparecencias, así como su ‘dress code’, qué le vamos a hacer. El sistema es así y tiende a preservarse. Y, si no, mire usted lo que le ha sucedido, sobre todo por su propia culpa, a Pedro Sánchez, a quien todos mis interlocutores en los salones del palacio, que fueron, por cierto, muchos y variopintos, achacan la mayor parte de culpa de que la nación haya estado como ha estado durante diez mesas.

Ahora solo falta que descubramos la fórmula para integrar a todos los habitantes de la vieja piel de toro a la que hemos dado en llamar España y que se sientan cobijados en la fiesta del 12 de octubre. Claro que eso implica un cambio radical de políticas, de actitudes, de mentalidad social. O sea, ese Cambio, con mayúscula, que ya se ve que no acaba de llegar. Por eso, quizá, también este año la fiesta del 12 de octubre sabía a más de lo mismo, un poco rancia. Con sus desfiles, sus presencias y, ya digo, sus ausencias, para que todo siga igual.

fjauregui@diariocritico.com

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