Hoy, precisamente hoy, no podía faltar aquí mi columna. Aunque este, la de compartir este espacio con ustedes vosotros, sea más un placer que un trabajo. Hoy, precisamente hoy, tengo que estar aquí, y enviar esta columna a la agencia que me la sindica. No lo digo, claro está, porque mis comentarios resulten necesarios, y aún menos imprescindibles: es que hoy, precisamente hoy, no quiero estar ausente.
Porque lo he dicho otras veces, pero precisamente hoy tengo que repetirlo: no creo en esta huelga, que no va a conseguir derribar los muros de una ley. Ley esta de la ‘reforma’ laboral que, de acuerdo, es mala a rabiar, pero que ya está aprobada por el Parlamento y, por tanto, solo la realidad (que es tozuda, pero se demora) va a modificar esta extraña reforma laboral que tantos parados va a producir, me temo.
Pero a lo que iba: no será la huelga, cuyo seguimiento imagino, aunque, lógicamente, ignoro cuando esto escribo, la que cambie el ‘laboralazo’. En cambio, el paro, que inevitablemente traerá algunas escenas de tensión en las calles, de coacciones indeseables, va a provocar muchos más males que bienes pueda producir: va a tensar, como si no lo estuviera ya bastante, a la sociedad española, dividiéndola entre quienes se adhieren al paro y quienes no lo hacemos; va a desgastar a un Gobierno que está a punto de desguace, y eso, mírese como se mire, no es bueno; va a empeorar la imagen que los españoles tiene de los sindicatos, que, a partir de ahora, tendrán que reflexionar sobre su propia esencia. Y hará que esos medios internacionales que tantas ganas tienen de que España vaya mal encuentren abundancia de imágenes para sustentar sus afirmaciones.
No, yo no hago huelga, aunque poco más pueda hacer hoy que escribir este humilde desahogo.
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